jueves, julio 23, 2009

Cerrado

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martes, junio 02, 2009

sábado, abril 25, 2009

Acordes de humanidad Por Federico von Baumbach (colaboración de Elsa Granado)

Música/ Educación

Acordes de humanidad

En la ciudad de Olavarría, a 350 kilómetros de la Capital Federal, chicos de entre 12 y 18 años forman La Banda de Sikuris, agrupación que tiene como objetivo difundir la música de los pueblos originarios. El proyecto establece a la vez una mirada diferente del proceso de enseñanza –aprendizaje en el área musical, y del rol que ocupa el educador y el educando dentro del mismo.


Cambios de ritmos

Año 2002. Escuela N 65 de la ciudad de Olavarría, provincia de Buenos Aires. Alba, maestra de 7 año de la institución, estaba preocupada por el nivel de violencia que había entre los chicos y también de los chicos hacia los docentes. En las horas de clases los alumnos hacían diferentes ritmos en los pupitres por el sólo hecho de querer molestar al docente. Fue entonces cuando Alba de a poco descubrió que en esas bromas latían grandes potencialidades, que hasta ese momento no habían sido tenidas en cuenta o registradas de otra manera. Entonces decidió formar, junto al apoyo de su marido Atilio y un grupo de amigos, una murga con latas, baldes y tambores, como forma de canalizar las energías de los adolescentes.

Los resultados pronto se hicieron ver: los niveles de violencia disminuyeron y los chicos se dieron cuenta de que podían utilizar sus capacidades para hacer algo productivo y placentero. Gracias a la ayuda de un baterista amigo de la pareja, un día llegó para la murga la oportunidad de presentarse en el Teatro Municipal de Olavarría, en un encuentro de bateristas y percusionistas. Más tarde, surgió la posibilidad de preparar un número para el acto escolar del 12 de octubre. En uno de los viajes a Jujuy realizados por Alba y Atilio, unos amigos les regalaron unos sikus. Con esfuerzo y dedicación la pareja aprendió a tocar el instrumento. Luego Alba decidió enseñarles a sus alumnos la técnica para sacarle sonido al sikus. Así lograron preparar dos canciones para el acto escolar. Pero los chicos quedaron tan entusiasmados que quisieron seguir aprendiendo los secretos del instrumento. Fue entonces cuando la murga se transformó en lo que hoy se conoce como La Banda de Sikuris.

Alba Mancinella y Atilio “Guyi” Mieri son los creadores y responsables del proyecto La Banda de Sikuris. Los Sikuris, denominación que se hace a las personas que tocan el sikus, son una agrupación formada por chicos de entre 12 y 18 años. Ellos tocan sikus, quenas, guitarras, charango, e instrumentos de percusión (huancara, redoblante y guiro), agregando voces a un repertorio musical que se ocupa de difundir la música andina.

Con un bombo, un charango, algunos sikus y sin necesidad de conocimientos musicales previos, la incipiente banda tenía al principio alrededor de 15 integrantes. Pero lentamente Los Sikuris crecieron hasta llegar a tener en la actualidad a más de 50 personas.

Las primeras presentaciones -ya sin las latas y los baldes de lo que había sido en su origen la murga- fueron dándose en los actos escolares. Los padres y familiares de los chicos habían quedado sorprendidos al ver lo que podían llegar a producir sus propios hijos. Comenzaron entonces a participar en la tarea de recaudar fondos a partir de la organización de rifas, peñas folclóricas, y otros tipos de actividades. La entrada de dinero permitió, entre otras cosas, construir sus propios sikus y adquirir cada vez más instrumentos.

Fue así como el grupo empezó a tener presencia y difusión en las FM de la ciudad, el canal local de televisión y la prensa gráfica. Tocaban ahora no sólo en la escuela, sino en otros lugares importantes de la zona: como el Teatro Municipal de Olavarría, la Festividad de la Virgen de Copacabana, evento organizado por la comunidad de bolivianos residentes en la ciudad, o diversas presentaciones bajo la convocatoria de la APDH local (Asociación por los Derechos Humanos de Olavarría).

El repertorio de canciones crecía al compás del desarrollo de las habilidades musicales de los chicos, mientras reforzaban el sentido de trabajo en comunidad: en Los Sikuris los alumnos aprenden a cantar y a tocar en grupo, no hay enseñanza personalizada, salvo correcciones puntuales que se hacen en los momentos de ensayos. Y las decisiones también se toman en conjunto, entre familias y miembros de la banda.

-Cuando estoy en la música no pienso en nada más.
Marcos tiene 17 años y empezó en la banda en 7 año. Si bien fue Alba la persona que le enseñó a tocar el sikus, Marcos aprendió la mayoría de las canciones del repertorio de oído, sin apoyo musical de ningún tipo. Hoy no sólo domina el sikus sino que ha incursionado en la quena, su instrumento preferido, y hasta se anima a sacarle algunos sonidos a la armónica. Unos de sus sueños es aprender a leer música.

Otro de los casos donde la cuestión autodidacta brilla de forma interesante es en el caso de Blas. Blas toca la guitarra y aprendió todos los temas de la banda solo, en el lapso de tiempo de unas vacaciones de verano, sacando al principio de oído los ritmos del carnavalito. Le gustan los temas clásicos del repertorio de música andina, como El quebradeño o El humahuaqueño. Pero además de interpretar la música de los pueblos originarios, Blas compone sus propios temas de rock y toca con un grupo de amigos. Sin embargo sus sensibilidades y anhelos están puestos en Los Sikuris. “Tuve la posibilidad de estar en el tercer CD”, asegura. Y una tímida sonrisa de satisfacción se le dibuja en la cara.

Vamos los sikuris es el tercer CD de la banda, pero el primero pensado de manera profesional (los dos primeros se llamaron Desde la naturaleza). Con una cuidada producción artística y musical, el material salió en septiembre de 2008. La grabación de las canciones se hizo en un día y casi todos los temas salieron de la primera toma. Sin embargo el proyecto demandó alrededor de un año de preparación y contó con la colaboración de amigos y colegas docentes de Alba y Atilio. Dentro del repertorio aparecen los clásicos del género, como los carnavalitos El quebradeño o El humahuaqueño, y canciones con las que Los Sikuris han ganado presencia y notoriedad en Olavarría, como Ojos azules, Luna llena, o El sikuri, entre otras melodías.
Con una edición de 500 copias y la presentación del disco en el Teatro Municipal de la ciudad, la venta del CD está destinada a recaudar fondos para el proyecto.

A fines del año pasado la experiencia educativa y musical de Los Sikuris fue reconocida con el Premio Comunidad a la Educación 2008, organizado por Fundación La Nación. El objetivo del premio es el de brindar ayuda a prácticas educativas relacionadas con la posibilidad de incluir a sectores sociales de bajos recursos. Dentro de las 340 iniciativas presentadas, el proyecto de La Banda de los Sikuris fue galardonado junto a la experiencia del Aula Taller de Capacitación Integral Carlos Mugica, que desarrolla la Fundación Gente Nueva en Bariloche, y el programa de becas de la Fundación Grano de Mostaza, que permite el acceso al secundario a chicos de la provincia de Salta que viven en zonas rurales alejadas.

El placer de aprender a enseñar

-Fuimos aprendiendo por la necesidad de enseñar. Sentía la necesidad de enseñar porque los chicos me lo pedían. Además veía los cambios que se producían en ellos, en la escuela, y en la relación entre ellos y nosotros.

Alba pronuncia las palabras al mismo tiempo que parece reflexionar sobre las mismas. O tal vez esté preguntándose en silencio: ¿cómo se aprende a enseñar?

El ida y vuelta que se genera en Los Sikuris a nivel transmisión de conocimientos tiene una clave: el docente o formador descubre dentro del proyecto sus propias habilidades y limitaciones al momento de enseñar. No se trata del modelo tradicional en el cual el educador es el único poseedor del saber y el educando pasivamente recibe información. “Acá es en el grupo donde se aprende -señala Alba-. Porque no es lo mismo que vos tengas esta concepción de la enseñanza, del proceso de enseñanza -aprendizaje, que tengas otra concepción: el maestro es el que sabe y el alumno es el que aprende.”

Los Sikuris establecen una circulación de tipo horizontal del saber, del poder que implica saber. Esta modalidad logra socializar prácticas y experiencias de aprendizaje en el orden musical: el docente aprende con y del alumno. Este proceso significa muchas veces la superación, por parte del alumno, de las capacidades del profesor a la hora de tocar determinado instrumento. Y lo más importante: en La Banda de Sikuris el docente puede animarse a decir “No sé”. Y eso no hace que simbólicamente pierda el lugar de educador dentro del sistema. Al contrario: es un gesto de honestidad que lo enaltece y le permite crecer ante los ojos del alumno.

La mirada alternativa al sistema de enseñanza tradicional encubre una paradoja: el mismo chico que en Los Sikuris es reconocido porque puede mostrar su talento y habilidad y pasar de aprendiz a formador de otros chicos, debe rendir música en diciembre o marzo.
La Banda de Sikuris construye, despliega y refuerza en los chicos el sentido de identificación, pertenencia y compromiso de grupo. “Todos me preguntan de que banda soy yo. De los sikuris, de los sikuris yo soy. Sí, señor. De esa banda soy yo”, cantan en Diablada de Oruro.
Se enseña y se desea aprender, entonces, a partir de una elección, de una disciplina no impuesta por el sistema de educación obligatoria, potenciando libremente la facultad de decidir.


***

La Banda de Sikuris también es un ejemplo interesante de vínculo con el concepto de resiliencia (facultad de un individuo o una comunidad para recuperar o sobreponerse a la frustración y transformarse). “La resiliencia nos invita a dar un valor positivo a nuestra forma de ver al otro, teniendo en consideración no sólo a la persona misma, sino también al conjunto de su red familiar y social, integrando nuestra acción a la situación propia de aquél a quien hay que ayudar”, asegura Marie Paule Poilpot en el libro El realismo de la esperanza. Testimonios de experiencias profesionales en torno a la resiliencia.

Originado dentro del mundo de la física y luego derivado hacia el campo psicosocial y de la psicología del desarrollo, el término empezó a aplicarse al campo de la educación y de las ciencias sociales durante la década del 80.

Emmy Werner, psicóloga norteamericana, decidió estudiar y realizar un prolongado seguimiento a un grupo de chicos con graves problemas económicos y familiares en la isla de Hawai. Al cabo de treinta años de trabajo, Werner demostró que setenta de estos chicos lograron llevar adelante una vida diferente del entorno en el que vivían. Werner llamó resilientes a aquel grupo de personas que sin haber tenido las oportunidades necesarias para un buen desarrollo y crecimiento psíquico y físico, pudieron de igual forma sobreponerse y darle a su vida un sentido. Establecía de esta forma la primera definición de resiliencia, junto al aporte de Michael Rutter en Inglaterra.

A lo largo de la década del 90 y entrado el siglo veintiuno, el concepto empezó a tener cada vez más abordajes y estudios. Publicaciones, seminarios y coloquios han contribuido y aún hoy contribuyen a perfeccionar un término relativamente nuevo y de características dinámicas: focalizar en las capacidades que pueden tener las personas para poder superar situaciones sociales adversas, donde la escuela, la familia y la comunidad funcionan como espacios de difusión de resiliencia.

Emmy Werner, al establecer un concepto que tenía como finalidad diferenciarse de la psiquiatría en el tratamiento de determinadas problemáticas, posibilitó otra apertura de pensamiento y acción frente a personas con un destino hostil: el legado de la psicóloga norteamericana dejó como mensaje que el sujeto resiliente puede y debe darle a su vida un sentido, un sentido positivo.
Dos dimensiones importantes del concepto podemos relacionar con el trabajo musical, educativo y humano que llevan adelante Los Sikuris: la autoestima y el vínculo afectivo. El reconocimiento de las apreciaciones personales y sobre todo musicales que cada chico va formándose de sí mismo a partir de la mirada y el estímulo del otro, y el sentido de referencia creado por parte del adolescente hacia el adulto, llevan a desarrollar en Los Sikuris relaciones que exceden lo musical, estableciéndose redes sociales y familiares que tejen valores y actitudes esenciales para la vida: compromiso con los demás, responsabilidad, participación en la toma de decisiones y voluntad de superación a partir del incentivo de habilidades.

Es difícil asegurar que todos los adolescentes superan, a través de la música, las problemáticas de índole familiar que muchos de ellos tienen; pero sí podemos afirmar que la música y sobre todo cierto entorno humano que los rodea, ha permitido que los chicos tengan una inserción social y una mejora en la calidad de vida, a partir de hacer una actividad que ellos mismos eligen.
El enfoque de la resiliencia aplicado al grupo radica entonces en la triada educación- música- contención humana. “Los seres humanos tenemos la capacidad para devenir resilientes y poder enfrentar ese bombardeo cotidiano de eventos negativos -puntualiza Elbio Ojeda, director del Centro Internacional de Información y Estudios de la Resiliencia-. Y en ese enfrentamiento nos hacemos más fuertes, más confiados en nuestras fortalezas, más sensibles a las adversidades del prójimo y adquirimos mayor conciencia social para promover cambios que reduzcan la inequidad y el sufrimiento.”

Sueños de la Quebrada

Guarda tu historia/ Quebrada de Humahuaca/ en las tumbas que encierran tu memoria/ o en la blanca escritura del salitre/ donde cuentan tus siglos las auroras. Germán Choquevilca. Quebrada de Humahuaca.

Noviembre de 2008 significó un punto de inflexión en la trayectoria de Los Sikuris. Tras juntar dinero a través de diversas actividades, finalmente la banda hizo realidad su sueño: viajar a la provincia de Jujuy. Con encuentros de bandas de sikuris de Tilcara y Maimará y la posibilidad de haber compartido experiencias con músicos que han trabajado con el recordado Ricardo Vilca, una de las figuras más destacadas del folclore del altiplano, el viaje a la Quebrada abrió en toda su dimensión la posibilidad de transmitirles a los chicos el sentido estético y artístico de la música que ellos mismos ejecutan: poder conocer la historia del lugar a partir del respeto por la esencia de lo que están tocando. Esencia a la que se accede solamente desde el lenguaje musical.
-Es inexplicable. Por más que nosotros queramos explicar lo que fue ese viaje, lo que significó para los chicos, es algo inexplicable. No se puede explicar con palabras. Es algo que pasa por los sentidos.

Atilio intenta encontrar palabras que permitan describir lo inexplicable. Lo intenta. Y mientras más persiste, más despliega el misterioso paisaje las insondables notas hechas de coplas y silencios, cuecas y carnavalitos, ritmos que afloran del llamado de la madre tierra.

En el “viaje de los sentidos”, que comprendió las localidades de Tilcara, Maimará, Purmamarca y Humahuaca, los chicos aprendieron -agudizando la capacidad de observación- la técnica original de tocado del sikus, que es con una sola hilera de cañas en vez de dos: un grupo toca la mitad de las notas y el otro grupo la otra mitad, y así se arma la melodía. Compartiendo y participando. Porque fundamentalmente el sentido de la música de los pueblos del altiplano está relacionado con lo comunitario, con lo cotidiano: no existen alturas ni escenarios ni divisiones que separan al músico de su público. Las únicas alturas posibles son las que se encuentran a nivel geográfico.

El aporte del viaje al norte de nuestro país produjo en Los Sikuris el poder vivenciar el folclore de vida de la gente de allá, cómo siente y lleva la música en la sangre la población, el proceso de construcción artesanal de cada instrumento, las leyendas e historias acerca de su origen.

La riqueza musical y humana que los chicos han sabido incorporar tras el recorrido por la Quebrada, ha influido en la elaboración de un sonido y un estilo cada vez más profesional y personal como banda.

***

La Banda de Sikuris realiza un trabajo importante con la comunidad de bolivianos residentes en Olavarría, actuando en diversas presentaciones con el cuerpo de baile Los Tinkus. “Nosotros sentimos alegría con ellos, porque carecíamos de la música norteña”, afirma Zenón Centellas, miembro de la Comunidad Boliviana en la ciudad. Zenón ha participado en la traducción del quechua, la lengua del Imperio Inca, de algunas de las canciones del repertorio del grupo, como el caso de Ojos azules.

Marilyn, de 19 años, integrante de Los Sikuris, se dedica a cantar y a bailar y también pertenece a la comunidad. De a poco va incursionando en el idioma, aunque es su madre la que habla bien y le transmite los conocimientos.

Algunas de las canciones son cantadas por los chicos en quechua, indagando los propios integrantes en su gramática y expresiones lingüísticas. La selección de las composiciones requiere a menudo un cuidadoso proceso de investigación del material discográfico, bibliográfico y antropológico de la zona de Bolivia, en especial los museos de Sucre, La Paz y Cochabamba.

Los Sikuris estudian aspectos que caracterizan a la cultura de los pueblos originarios: su geografía, historia, folclore tradicional (que se extiende hasta las zonas de Perú y Chile), creencias y vida en comunidad, aproximándose a su cosmovisión desde la mirada y el habla de los propios lugareños.

“Son extraños los misterios”, cantan Los Sikuris en El árbol de mi destino, letra de una canción nueva del repertorio y que pertenece a Los Kjarkas, uno de los grupos folclóricos más representativos de Bolivia.

Son extraños los misterios, sí: como el sonido de voces y sikus que ahora empiezan a decir adiós tras el cerro de la luna.

Extraños, sí: como áridas melodías arremolinadas por el viento de la despedida.
Extraños: como eternos acordes de humanidad.[1]

[1] Para saber más: www.fundacionlanacion.org.ar/premio / www.educaresiliencia.com.ar

miércoles, abril 22, 2009

Entrevista a Walter Iannelli | Segunda Parte

¿Tiene en mente a un lector “tipo” al momento de elegir las palabras para un escrito?

No, o sí, otra vez. En verdad pienso en un lector parecido a mí, y escribo aquello que supongo me gustaría estar leyendo o, como pareciera obvio pero no siempre lo es, lo que me interesa escribir.
Las palabras elegidas para escribir obedecen casi siempre a necesidades de la obra, al tono, a la construcción de identidad de la voz narrativa, a la estructura elegida para narrar un determinado episodio, a la búsqueda de un ritmo propio para cada situación o a la variación de esos ritmos en relación a lo que se está contando, es decir, en suma, supongo que a cuestiones de oficio.
Sin embargo todas esas variables, inevitable y creo que felizmente, son procesadas por la cabeza de cada quien que escribe, con su vida, su lenguaje y con su retórica a espaldas, y de eso estimo deviene el modo de escribir de cada uno.

Se entiende que un autor puede desarrollar un estilo propio o rasgos distintivos, y ése camino me resulta más interesante que el de buscar un lector que ya obedezca a determinados códigos. Prefiero ir por el intento de inventar a un lector para mis textos, en definitiva, aunque resulte un camino mucho más difícil y a todas luces menos redituable en sentido práctico.

En Metano se puede observar una predilección por el realismo como forma de expresión, ¿lo ve como una constante en su obra?

Preferiría no hablar de realismo en Metano, sino de un tratamiento de la realidad que consistiría en un progresivo estiramiento de sus límites. Una “realidad estirada” que explore los bordes de sí misma en la búsqueda de aquellos lugares o momentos que sin llegar a ser fantásticos pueden parecerlo de tan absurdos o impensados. En el prólogo a “La línea de Sombra”, esa magnífica novela de Joseph Conrad, el mismo autor se encarga de hacernos notar que la realidad es tan compleja y que sabemos tan poco de ella, que si nos animamos a explorarla no haría falta inventar argumentos fantásticos para que una historia nos inquiete y sorprenda. La duda metafísica y la ingenuidad son de algún modo madres y herramientas fundamentales para esta exploración, que a veces tiene resultados inesperados.

De cualquier modo, si Metano pudiera inscribirse en la categoría de libros realistas, diría que no es una constante en mi obra, al menos la cuentística. Mi libro de cuentos anterior, “Alguien está esperando” propone algunos juegos donde lo fantástico aparece en muchos textos. Siempre me interesaron las formas en que el elemento fantástico era introducido por determinados autores en su obra. El fantástico liso y llano puro y desmesurado de S.King, El fantástico ambiguo que aparece progresivamente en la realidad cotidiana de Cortázar, el fantástico del entresueño y la vigilia de Borges y Macedonio, El realismo mágico de Rulfo, la realidad contaminada de Salinger, de Onetti y Faulkner, lo fantástico desde la imposibilidad de Kafka y el fantástico ingenuo de Bradbury, por ejemplo. Son todos modos de acercarse al fantástico, que para mí no es otra cosa que explorar la realidad. En la intención descarada de copiarlos a todos y a cada uno escribí y busqué –y busco, debería decir- mis propias herramientas para no hacer otra cosa que especular acerca de la naturaleza de la realidad. Sin ir más lejos, mi última novela, aún inédita, se llama “La invención de lo real”. Quizá, entonces, la apuesta estética cifrada en Metano esté en la intención de trabajar un registro que no inserte “lo extraño” de un modo imprevisto, tajante y puntual, sino que aquello extraño o inquietante se vaya naturalizando, “realizando” podríamos decir, en forma paulatina, contaminando de a poco de la subjetividad, el pensamiento mágico y la, para usar un término sicoanalítico, propia fantasmática de los personajes. Para el caso, Sanpaku, mi primera novela, tuvo esa guía como estímulo.

Metano tiene un anclaje en las relaciones interpersonales, ya sea hacia el interior de una pareja, entre colegas, entre sujetos con diferentes niveles de poder. ¿Cuáles piensa que son sus temas recurrentes? Aquellos que lo obsesionan.

Otra linda pregunta (siempre las preguntas lindas son las más difíciles de contestar).
Trataré de hacer un listado de temas que me obsesionan u obsesionaban (confieso que para hacer este ejercicio tuve que pensar en lo que había escrito):

1) El deseo desplazado. Esa cosa de que siempre queremos lo que tiene el otro, y cuando obtenemos lo que tiene el otro queremos lo que tiene el otro de más allá, y así indefinidamente.
2) Como dije, la naturaleza de la realidad (incluidos los universos paralelos, la posibilidad de que seamos otros en “otros lados”).

3) Las relaciones entre personas (parientes y no). Vínculo, poder y sometimientos varios.

4) Los niños, su tiranía, su fragilidad, su sufrimiento, su capacidad para ser todo el tiempo aquello que nosotros adultos nos esforzaremos mucho por alcanzar a ser algún día.

5) Lo increíblemente a mano que está para nosotros la posibilidad de disponer de la vida de otra persona.

6) La fe y los dilemas de la religión. La culpa, los mandatos y la necesidad de un dios.

7) La probable existencia del amor o la necesidad de inventarlo emocional y conceptualmente en el caso de que no existiera.

8) La imposibilidad o la posibilidad de que todo se complique a extremos indecibles (éste me quedo de Kafka –también, viviendo en Argentina…).

9) La paradoja en todas sus formas.

10) La idea de que alguien pueda estar pagando con su sufrimiento la felicidad de otro, como un modo de sostener un orden cósmico.

11) El miedo, siempre el miedo en todas sus formas.

12) Coger y Morir, que, como decía Pizarnik, no tienen adjetivos.


¿Cuáles reconoce como sus principales influencias contemporáneas y por qué?

No tan contemporáneos, fueron parte de mi formación entre los que no nombré el sueco Sam Ludwal, Stig Dagerman, Raymond Carver, Conrado Nalé Roxlo (un monstruo autóctono de exquisita escritura y humor), José Donoso ( por su mirada panorámica y su capacidad para hacerme vivir lo que estaba leyendo), Joaquín Giannuzzi (un poeta que creo que todo narrador debería leer, por la virtud de unir los mundos aparentemente disociados de la cosmogonía poética y la cosa cotidiana con un discurso brutal y bello a la vez), Úrsula Le Guin (porque toda su literatura es “una mano izquierda de la oscuridad”), Plilip Dick, Philip Farmer, Arthur Clarke, Haroldo Conti (otro monstruo de los nuestros).

De los más contemporáneos una breve lista:
Marcelo Cohen, porque me interesa su búsqueda a través del trabajo sobre el lenguaje y los argumentos.
Paul Auster, forma y contenido, sin aspavientos.
Abelardo Castillo, por mantener la despreocupación por la moda y la solidez de los grandes cuentistas.
Mis amigos Alberto Ramponelli y Emilio Matei, dos narradores estupendos.
Rogelio Ramos Signes, porque aún estoy tratando de plagiar su nouvelle “En los límites del aire, de Heraldo Cuevas”.
Juan José Saer (a veces hay que leer 100 páginas para que explote, pero cuando explota uno entiende para qué se escribieron esas 100 páginas).
Algunos intentos de Aira y Laiseca, capaces de escribir cosas tan buenas como tan malas.
Y seguirían muchos más.

¿Qué está leyendo hoy por hoy?

Dos regalos que me hicieron. Uno de mano del editor: El Canon de Leipzig de Luis Sagasti (lo acabo de terminar, me gustó mucho). El otro de manos del autor: Guerrilleros, una salida al mar para Bolivia, de Rubén Mira (recién lo empiezo y me encanta).

lunes, abril 20, 2009

Entrevista a Walter Iannelli | Primera Parte

¿Cómo es el proceso creativo en su obra? ¿Cómo surge la idea de un cuento?

De muy diversas formas. No creo que un cuento sea algo que uno se sienta a escribir y sale, y listo, aunque así parezca, sino probablemente algo que se va gestando en alguna zona a veces oculta e inaccesible al consciente, y que de pronto emerge en forma de situación o simplemente de tema, de idea. Quizá el cuento resulte la excusa para hablar de un tema determinado: un miedo, por ejemplo. Quizá ese miedo nos ha venido acosando desde hacía mucho tiempo, sin palabras aún, y un día aparece en nuestra cabeza una escena que puede representarlo metafóricamente de manera que quede dicho por abajo del texto. A veces apenas aflora en nosotros la sensación pelada, sin palabras (la sensación de miedo por ejemplo) y entonces el cuento es la intención de poner en palabras mediante una narración aquello que no podemos decirnos. A veces simplemente es una necesidad que obedece a algo que no podemos entender todavía, que quizá nunca entendamos. Trato de explicarme: creo que podríamos hablar en un cuento de tema y de argumento. El tema sería aquello de lo que queremos hablar, y el argumento la situación de la que nos valemos para representar, por acumulación, como si el cuento fuera una larga metáfora, aquello de lo que queremos hablar. Muchas veces, terminado el cuento, quizá evaluados ya los términos formales en los que se centra lo narrativo -es decir, que el cuento resulte un texto literario y cumpla con los requisitos formales-, puede suceder que no sepamos a ciencia cierta de qué estamos hablando, qué cosa allá en las profundidades de nosotros mismos nos llevó a escribir esa historia.

Al respecto pueden pasar cosas interesantes. Cuando el editor me acercó las galeras de mi último libro de cuentos, advertí que me faltaba agregar la dedicatoria más importante. El cuento Metano, el que le daba título al libro, estaba dedicado a mi madre que falleció hace poco tiempo. Sin embargo en ese momento me di cuenta de que debía sobre todo dedicárselo a mi padre, ya que se trata de la historia de un mundo en donde la gente a la hora de morir explota: mi padre murió en una explosión accidental cuando yo tenía 3 años. Ese dato, siempre sabido por mí, estuvo oculto en alguna zona de mí mientras escribía y aún mucho tiempo después de haber terminado el cuento. Sólo un instante antes de entregar las galeras corregidas al editor, advertí que quizá esa explosión me hizo imaginar, cuarenta años después, un mundo donde el fin del mundo de cada uno de nosotros era un estallido.

En algunos otros cuentos “aquello” que molesta, obsesiona o necesitamos exorcizar puede estar más a la vista. Cuando mis hijas eran muy pequeñas, siempre tuve miedo de que alguna se ahogara en la bañera. Parecía improbable tal circunstancia. Cualquier padre receloso de sus hijas haría lo suficiente para cuidarlas para que eso no sucediera. Sin embargo, esa facilidad con que parecía que podía acometerse la empresa de evitar que un hijo se ahogara en 40 centímetros de agua, no cerraba las puertas de la fatalidad. De manera que aún así, un avatar, un hecho fortuito, dejaba abierta una brecha al horror que conducía a la tragedia, pero más todavía a la vergüenza del absurdo. Cualquiera de nosotros preferiría morir de un modo lógico, y no porque el taco del zapato se quedó atorado en las vías del tren y no pudimos zafarnos. La escritura de la historia de un chico que se ahoga en la bañera me liberaba de alguna manera del peso y el dolor, o al menos me permitía asumirlo, pero también me planteaba un problema de orden metafísico , que fue el que, estimo, justificó la existencia literaria del escrito: cuando Dios o el destino, digamos, son causantes de la tragedia, la muerte adquiere una lógica, y es más fácil de digerir, ¿pero qué pasa cuando lo somos nosotros mismos por negligencia? Es más fácil echarle la culpa al destino que tener que asumir la soledad en la que acertamos o nos equivocamos. De este modo, un personaje de este cuento se pregunta si no será mejor manipular la verdad y modificar piadosamente los hechos para que Dios sea el responsable de todo.

En fin, todos los cuentos obedecen, supongo, a más o menos secretas obsesiones, que a veces se me ponen de manifiesto, y otras no. Debería charlarlo con mi terapeuta.


Algunos escritores se sientan todas las mañanas a escribir o corregir, otros prefieren esperar a que una idea los movilice ¿Cómo es su metodología de trabajo?

Quise tener una metodología de trabajo, quizá la tuve alguna vez, pero ahora no sé si la tengo.
El tiempo que tengo para escribir, que me gané con sudor y lágrimas para decirlo retóricamente y que es bastante por suerte, a veces no lo uso todo para escribir. ¿O sí? A veces escribo dándole de comer al gato, viendo cómo crece el geranio, mirando por la ventana, haciendo cosas manuales o simplemente haciendo nada. En ese estadío en que las cosas todavía no tienen palabras me tomo mi tiempo de escritura como un tiempo de recreación hasta que aquello que me da vueltas por la cabeza cobra tanta fuerza que me hace sentar en la silla y apretar la primera tecla. Entonces escribir ya no es un acto volitivo, sino una necesidad de sacarte de encima u ordenar aquello que te inquieta, de darle una forma estética quizá.

Muchas veces intenté la contraria. Decidido a convertirme en un escritor, me senté largas tardes frente a la Olivetti o la PC a obligarme a ser un genio. Fueron momentos duros, en los que es muy fácil sentirse un verdadero idiota: la voluntad no nos hace más talentosos, salvo en lo que respecta a la gimnasia de la escritura, de por sí importante. Pero no es la voluntad la que nos va a deparar la necesidad de escribir y sin necesidad de escribir no somos escritores, del mismo modo en que no somos lectores si no tenemos ganas de leer. La voluntad sirve, sí, cuando aquello que nos acosa ya se ha convertido en nuestro mundo y no distinguimos lo que pasa en la calle de lo que pasa en nuestra pantalla; sirve cuando son las cuatro de la mañana y no le encontrás las palabras a una página aunque estés seguro de lo que querés decir, sirve cuando nadie te da bola y sin embargo pensás que podés escribir un gran libro. Pero si adentro, no tenemos a alguien capaz de dejarse ganar por la sugestión, alguien que se permite dudar, alguien que pueda aferrar con una mano el corazón del deseo, es difícil que podamos escribir y disfrutarlo. Y el día que deje de disfrutarlo, no escribo más.

De modo tal que sí, también ahora durante períodos me siento regularmente a escribir, no en horarios muy exactos, pero casi siempre cuando “algo” más allá del mero tener que hacerlo me impulsa.


¿Cómo decide el nombre de un libro, qué importancia tiene para ud el título y qué alcance cree que tiene en el lector?

Linda pregunta, difícil de contestar.
La primera respuesta sería desde su posible inclusión en el mundo de los libros. Este último libro de cuentos tenía otro título que cambié a sugerencia del Editor. Quizá hice bien, no sé. Pensé que quizá era mejor un título corto, que la gente pudiera recordar, un sustantivo, a una construcción de varias palabras que ni se pudiera buscar en google. En esos términos digamos que se podría hablar de microscópicas operaciones de mercadeo en un mercado casi inexistente como es el de la literatura argentina. Por otra parte siempre pensé en libros que me habían gustado muchísimo con títulos horribles, previsibles o demasiado denotativos. Por lo general, hablando de cuentos, nunca encontré que el cuento que le diera el nombre al libro fuera el que más me gustara. De modo que supongo que concluí que una cosa era el título de un libro tomado de uno de los cuentos y otra la elección de un título de un cuento para que éste como cuento representara la totalidad.

Creo que el alcance que tiene un título para el lector está relativizado por muchas cosas. En principio por la exposición que tenga el libro en librerías, en segundo término por la repercusión en los medios. El título tendrá ahí sí alguna importancia: en la medida que el lector pueda acceder a su conocimiento.

En materia estética, la respuesta es más simple: me gustan los títulos que carecen de un sentido determinado, aquellos que se irán cargando de sentido en la medida que el texto transcurra. Ahí ya no importa si el título es corto o largo, fácil o difícil de recordar. Lo que importa es que el título empiece a cobrar significado con la lectura, como si fuera una metáfora muy sintética de lo que hay entre las tapas.

sábado, abril 18, 2009

Metano - Walter Iannelli

Metano de Walter Iannelli.
Ediciones Paradiso
120 páginas - 2008

Hace algún tiempo llegó a nuestra redacción Metano de Walter Iannelli editado por Paradiso. Iannelli nacío en Buenos Aires en 1962 y publicó libros como Alguien está esperando (cuentos) Zumatra y la mecánica de tu corpiño (poesía) y Sanpaku (novela). En el 2001 fue merecedor del Premio Fondo Nacional de las Artes de novela, así como también lo fue en los años 1995, 2000, 2003 y 2004 pero durante estos dos últimos años el premio no apuntó a su novela sino a varios de los cuentos del libro que tuve el placer de leer.

Una de las particularidades que encontré más interesante del libro y que se proyecta a través de algunos de sus cuentos, no es solo como evita toda una tipología de errores que cometen los escritores novatos y pretenciosos sino como con una leve cuota de sarcasmo se ríe de ellos. Pareciera que estos errores que para cualquier otro escritor podrían ser enormes trampas de arena de las cuales cuanto más se lucha para salir más uno se hunde, para Walter Iannelli, primero no revisten dificultad y luego no esconden secreto alguno.

Al esquivar un error que sería moneda común en otro escritor Ianelli plasma una virtud. Uno de los que más me atrajo al leer el libro fue la naturalidad lograda en el registro de los diálogos y monólogos interiores de los personajes. Desde escritores venidos a menos hasta amigos indeseables de clase media alta pasando por fotógrafos fracasados y gente que explota por los fenómenos de la combustión.

Un párrafo aparte para el cuento que le da nombre al libro. Metano tiene reminiscencias cortazarianas de una historia de literatura fantástica, donde si no fuera por el hecho de que las reglas físicas que rigen su desarrollo son inconcebibles en nuestro mundo cotidiano, la naturalidad con la cual es narrada la historia nos haría creer que un suceso semejante es posible.

Metano se ganó esta reseña al mostrar una virtud que rara vez encuentro en los libros de ficción, una virtud que trabaja en distintos niveles. Iannelli logra un libro que resulta tan interesante para quienes leen habitualmente por la frescura de su trama, su logrado registro y certeza en su vocabulario como también un excelente libro para recomendar a esos amigos que sienten la literatura como ajena, con seguridad ellos disfrutarán la intensidad en que narra historias interesantes, esquiva lugares comunes y remata con creatividad.

A raíz de la alegría que a cualquier mortal le causa descubrir un autor decidimos empezar una sección con autores que al menos para esta redacción no habían sido leídos. Después de todo, los autores comienzan a existir una vez que terminamos uno de sus libros.

lunes, marzo 30, 2009

Novia perpetua

Todos los días la sutil presencia
de atmosférica resonancia
tintineando a mi alrededor
su inconfundible gorjeo,
su espectro acústico curvado
en un arco de violin nocturno,
sacudido de polen planetario.

Marcial y nupcial, solemne,
erecta en la invisibilidad
del aire desnudo multiplicado,
tímida, frágil de impalpables alas,
y rotunda en tu advenimiento
de ínfimas sagitas percutoras,
de moleculares dedos pulsando
los atmosféricos hilos del aire,

ay amor, el sutil cosquilleo
de plumas sutilísimas,
o polen estelar espolvoreado
allí donde la trama órfica
su red receptora tendida,
tu misteriosa presencia cada día.

Marcial y nupcial, herido
de aromados pezones exhalando
su láctea maternidad, su trémula
materia impalpable percutida,

qué, si no tu anónima presencia,
qué, si no tu danza minúscula
de minúsculos pies tintineando
a mi alrededor con su adormidera.

Todos los días tu sutil visita
enredada en el aire desnudo
con su hábito de espuma planetaria,
novia perpetua de clara resonancia.


Ulises Varsovia
De: Racimos (1998)
(Inédito)

sábado, marzo 28, 2009

Morir es otra cosa

Por Juan Forn

Vengo cruzando mails con una señora de cierta edad, a propósito de una contratapa que escribí hace unas semanas sobre “el buen morir”. En el primer mail, la señora me preguntaba si había manera de conseguir en Argentina los tres libros que yo mencionaba, pero como quedó en evidencia en el segundo mail, la pregunta era sólo una excusa para decirme que el final de mi nota le parecía altamente implausible, y de muy dudoso gusto además (yo citaba las últimas palabras que le había dicho una paciente a un amigo mío médico en un hospital, después de pedirle que se sentara a su lado y le sostuviera la mano: “Llevo un rato muerta y casi no se nota la diferencia”). “No me parece nada bien rematar con una humorada un asunto tan serio”, me decía mi corresponsal, de nombre Aída. “Y además no creo que exista ese amigo suyo médico”, agregaba sibilinamente en la posdata.

Soy de cumplir esa regla de hierro enunciada por Saul Bellow (“Nunca, bajo ningún aspecto, contestar las cartas que recibimos de lectores”), pero esta vez confieso que me solivianté. Le copié a Aída el mail de mi amigo médico, para que ella le preguntara directamente si existía o no. En cuanto a las según ella implausibles últimas palabras que cerraban mi nota, copié de memoria unos versos del poeta polaco y Premio Nobel Czeslaw Milosz (que quizá no fueran de él sino de otro polaco poeta y Premio Nobel, Zbigniew Herbert): “Hay una hora que no es aún la noche y no es ya el día, en que los muertos y los vivos pueden tocarse”.Creí que con eso daba término a mi epistolario con Aída, pero la respuesta llegó pocas horas después: “Encontré hace un mes, en una librería acá en Rosario, un volumen muy breve de una médica inglesa llamada Iona Heath, que trabaja en un hospital de uno de los barrios pobres de Londres. El libro se llama Ayudar a morir. Pensé que usted plagiaba de ahí”.

Antes de enojarme más con Aída, me di una vuelta por las librerías gesellinas y encontré sin dificultad el librito en cuestión. Empecé a leerlo de parado y todavía furioso. Una hora después, cuando me faltaban menos de veinte páginas para terminarlo, decidí que era uno de esos libros que hay que tener sí o sí, lo pagué, me lo traje a casa, me senté a la computadora y le agradecí a Aída su recomendación. “No me agradezca. Escriba sobre el libro”, me contestó.Lo primero es lo primero, entonces: la muerte es parte de la vida, dice para empezar la doctora Heath. El gran Hans-George Gadamer, que vivió hasta los 102 años, había declarado al cumplir los cien: “Quiero estar vivo hasta la muerte. Si reducir el dolor es atontar la conciencia, prefiero el dolor. Al menos prefiero elegir yo mismo entre el dolor y la conciencia”. Samuel Beckett confesó enfurecido, antes de morir: “Es casi imposible hoy en Europa morir con dignidad, salvo que uno sea pobre”. Más del 70 por ciento de los pacientes que mueren en hospitales europeos lo hace bajo el efecto de potentes calmantes (y el 55 por ciento muere con los tubos de alimentación puestos). ¿Entonces la mejor muerte posible, hoy, sería la muerte repentina? La doctora Heath pone el dedo en la llaga cuando se pregunta si la muerte repentina es una buena muerte. Y se contesta que la mejor manera de completar la vida (y qué es una buena muerte sino eso: completar la vida) es estar preparado para morir.

Según la doctora Heath, la mente y el espíritu se adaptan a los efectos que tienen en el cuerpo la vejez y la enfermedad. Según la doctora Heath, uno no muere hasta que el cuerpo está listo para morir: a medida que decae la esperanza, crece el anhelo de paz en las personas mayores. Esa es la señal mental de que uno está preparado para morir (la tarea de los médicos es contribuir a que los tiempos corporales y mentales del paciente estén en la mayor armonía posible). Según la doctora Heath, no se muere repentinamente ni siquiera en los episodios cardíacos: hay vida después de que el corazón ha dejado de latir. Apartar la vista de los moribundos es tratarlos como si ya no perteneciesen al mundo de los vivos (y me permito recordar aquí a los lectores lo que conté la semana pasada sobre Gore Vidal, cuando llegó a la habitación donde yacía su amante de toda la vida justo en el momento en que éste había dejado de respirar: “Howard tenía los ojos abiertos y brillantes y alerta. Los pulmones y el corazón tal vez ya se hubieran detenido, pero los nervios ópticos seguían enviando mensajes a un cerebro que, como dicen los que entienden, no se apaga inmediatamente. De manera que, en el final-final, nos miramos fijamente a los ojos uno al otro”).La doctora Heath cree, como John Berger, que los muertos nos ayudan a morir. Berger lo dice de manera poética: “Los muertos rodean a los vivos. Y hay intercambios entre ambos, intercambios que nunca fueron claros y que, desde que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, se han vuelto más difusos aún. Hoy pensamos en los muertos como los eliminados, con consecuencias desastrosas para los que estamos vivos”. Porque es médico, y porque es mujer, la doctora Heath es más terrestre. Ella explica así su convicción: “Cuando los muertos superan a los vivos entre las personas que conocemos, es más fácil morir. Eso es lo que les pasa a los viejos. O a los que sobreviven a una masacre, una catástrofe, una guerra. Y eso es lo que explica, quizá, por qué es tan difícil para los jóvenes aceptar la muerte”.Hay una sensatez sobrehumana, casi angélica, en las palabras de la doctora Heath. Su brevísimo, invalorable librito termina con un puñado de consejos para que los médicos recuperen ese papel tradicional como compañeros-en-la-muerte, que abandonaron a causa de los avances científicos y tecnológicos. Me permito reproducirlos: Siempre que sea posible, los pacientes deben morir en un lugar familiar y querido. No deben morir en soledad. Hay que comunicarse hasta el final con el moribundo, y no sólo de palabra sino también a través del contacto físico, mirándolo a los ojos, sosteniendo su mano. La muerte no se puede evitar. La muerte pone fin al miedo.Mi querida Aída, espero que ahora estemos en paz.