jueves, septiembre 18, 2008

La risa. Entre el arte y la técnica.

por Daniel Mundo
a Leti.


Hace exactamente una semana fuimos con una amiga de mi hija y con mi hija a merendar a un bar de Buenos Aires. Mientras yo leía tardíamente el diario ellas se pusieron a jugar. Jugaban a que eran dos señoras mayores que tenían los inconvenientes típicos que tienen las madres. Como burla, empezaron a fingir que se reían, lo que terminaría no sólo llamando mi atención, sino provocándoles a ellas unas verdaderas carcajadas que no pudieron detener y que las hizo llorar-de-risa. Cuando advertí que todo el bar nos miraba, y que yo no entendía qué sucedía, las reprendí. A esa altura no podían obedecerme.

En esa hora incierta de la tarde —eran las cinco y media y se estaba haciendo prontamente de noche— un conjunto de hechos inconexos que evidentemente yo, sin saberlo, había venido ordenando, de pronto formó una serie clara y distinta: todo lo que leí, desperdigado, sobre el presunto libro de Aristóteles sobre la risa —desaparecido supuestamente en el incendio de Alejandría— hasta las carcajadas de Nietzsche, o el demasiado serio La risa de H. Bergson, cobró sentido. El verano último llegó a mis manos un artículo periodístico de Marcel Schwob sobre la risa, y también un pequeño libro de J. E. Burucúa, La imagen y la risa (Editorial Perisférica, Cáceres, 2007), en el que se rastrean diversas formas de lo cómico durante el Renacimiento. La risa es el modo de manifestarse de lo cómico, pero es también una testificación de nuestra felicidad y de nuestro sentimiento de plenitud. Una plenitud que el pensamiento suele desdeñar.

Como planteó Hannah Arendt, “la humanidad no ha descubierto aún para qué sirve reír, quizás porque sus pensadores, que siempre encuentran tedioso hablar de ello, no han sabido ayudarla en este punto”[1]. Si la caída de Tales en el pozo por ir abstraído mirando las estrellas, y la risa que esa caída le provocó a la muchacha tracia, tienen aún algún sentido, no es —como piensa el sentido común— porque los filósofos no deben perder de vista los asuntos mundanos, es porque no los saben calibrar en su valía[2].

La risa se convirtió en un asunto de primer orden. En uno de sus números la revista dominical del diario Página/12 informó que en Australia el gremio televisivo de los reidores (que reúne a las personas que en los programas cómicos ríen a las carcajadas de las bromas de los participantes) había decretado paro por tiempo indeterminado, y que esto había puesto a la televisión australiana al borde del colapso. Una nota de divulgación científica del diario Clarín alababa una nueva manera de enfrentar el estrés provocado por la vida moderna: la risoterapia. Dos días después de esa nota, el mismo diario alentaba la risa como una cuestión médico-terapéutica[3]. Sony, en el 2007, patentó una cámara fotográfica sensible (Syber.Shot DSC con soft “Smile Shutter”), es decir con la capacidad de atrapar por sí sola, sin la intervención de los seres humanos, la risa de los rostros que se le enfrentan: como si tuviera voluntad y percepción, al ver una sonrisa la máquina, prendida, se dispara[4].

¿Qué tipo de risa captará esta cámara o se enseñará en los cursos de capacitación para reír? Un mundo alegre a lo Mc’Donald, escalón más alto al que ha llegado, por ahora, el proceso que desde hace siglos viene corrigiendo nuestros hábitos y modales, se convierte en normal primero y en paradigma al poco tiempo. En la actualidad pareciera que hay como una obligación de reír, lo que hace que resalten las risas provocadas o calculadas, las risas producidas artificialmente como gesto de cordialidad que demanda la empresa, o de modo instrumental, por el propio acomodamiento que exige la vida. Y si incluso pareciera que hasta en la intimidad hemos perdido el arte de reír, aunque riamos correctamente, también es cierto que todavía ahora, de vez en cuando, cada uno de nosotros ríe de una manera singular, como si aún algo de nuestra personalidad se jugara allí. Incluso en la risa impostada se manifiesta lo que somos.

Sin mucha concentración puedo enumerar una gran variedad de risas, sabiendo que olvidaré nombrar alguna: la risa de compromiso o risa falsa, la risa que reímos cuando una broma no nos causa gracia pero que por cuestiones de protocolo estamos obligados a reír; la risa de nervios que nos asalta cuando enfrentamos una situación que escapa a nuestro control; la risa desestructurante; la risa pícara; las risas para engañar, para desorientar o para seducir, como las que practican los jugadores de truco o de póker; la risa del intelectual, seria, como hecha a regañadientes; la risa plena que a veces nos acerca al otro y otras veces nos aleja de todos y nos deja solos, riéndonos para dentro o llorando una risa que nos desborda; la risa del animador de TV, que parece un rayo de ruido que viola cualquier espacio sonoro. Muchas risas.

Por lo general la risa genera incomodidad. La risa suele correr al individuo de su lugar: cambia los roles, o pone en primer plano algo que debería quedar en las bambalinas. La risa de compromiso consolida la realidad, la risa auténtica subvierte cualquier tipo de normalidad. Muchas veces la risa posibilita visualizar la distancia absurda que separa lo que pensamos que somos de lo que efectivamente somos para los otros. O también: que media entre lo real y la manera que tenemos de representárnoslo. Como afirmara Schopenhauer: “el fenómeno de la risa revela siempre la percepción súbita de un desacuerdo entre un tal concepto y el objeto real que aquel representa”[5]. Advertir esa distancia desbarajusta los órdenes o directamente los desquicia, y la risa es la testificación del placer que sentimos por esa pequeña locura, o a la inversa: la irritación que nos puede provocar la risa de otro da cuenta de nuestra incapacidad de ir más allá de lo que somos. Pero esto no es todo: la risa suele percibirse como impertinente, como mal-educada, pues la risa —o por lo menos cierta risa— atenta contra la misma autoridad que decreta qué es la realidad o qué valor tiene. Irrita porque es o parece ser un acto incontrolable.

La risa constituye el gesto más brutal, más propio, más inapropiable, de la existencia. No será ésta sin duda la risa que capta la cámara o que se enseña en los cursos para aprender a reír. La cámara aquí funciona como un anodino dispositivo de entretenimiento. No reprime sino que alienta y promueve la sonrisa. Condiciona y vigila haciendo de cuenta que hace otra cosa, por ejemplo “eternizar” la alegría. Pero como en casi todas nuestras maneras de comportarnos, aquí también hay una que es la correcta y otras que no llegan a serlo. Hay —o habrá dentro de poco— una risa buena y una risa mala o incorrecta y des-ubicada.

Ahora bien, son el llanto o la capacidad de sentir dolor, no la risa y la alegría, los estados anímicos que compartimos con los animales. El animal no ríe. Y la vida, por sí misma, tampoco. Es más, nadie apegado a ella llega a reír; sólo ríe aquél que puede distanciarse de su vida, salirse de ella o no tomársela del todo en serio[6]. Hasta podemos sospechar que la risa auténtica es una risa improvisada que nos asalta y nos toma como prisioneros y nos deja a su merced, como exhaustos.

En Bergson, epítome aquí de la filosofía moderna, la risa se postuló como el gesto en el que lo vital mantiene su potestad por sobre lo mecánico. La vida, como la risa, no es repetible. Hay un arte de reír que ninguna técnica apresará. La risa diferencia, entonces, lo que es simplemente vida del exceso de vida, diferencia la dimensión biológica de la vida de la existencia. La risa da cuenta de aquello que no puede ser pensado: una vida feliz o alegre, reconciliada con lo que es, sea lo que sea y sea como sea lo que es. En fin, la risa, el momento de éxtasis en el que la felicidad asume carnadura, desnuda nuestro ser de un solo tajo. Quedamos, así, a la intemperie, pero alegres. Por ello únicamente un ser valiente entregado a la vida y que arrostra sus riesgos se atreve a reír con desparpajo.



Julio de 2008

Notas
[1] A lo que Arendt agrega: “El pensamiento es incapaz de defenderse de la risa de los demás”. ¿Quién no se sintió incómodo hasta el desconsuelo porque no encontró la manera de defender una idea desnudada por la risa del interlocutor?

[2] Ver de Hans Blumenberg: La risa de la muchacha tracia. Una protohistoria de la teoría, Valencia, Pre-textos, 2000.

[3] “Científicos dicen que la risa sirve para llevarse bien con los demás”, el 14 de mayo de 2007; el 16 de mayo: “Científicos aseguran que las sonrisas que son genuinas hacen bien a la salud”.

[4] La cámara tiene también otras virtudes: puede diferenciar el género de la persona retratada y aproximar una edad.

[5] El mundo como voluntad y representación, “Complementos” del Libro I, cap. VIII.

[6] Quizás por ello el mundo intelectual ríe poco, porque en él la existencia se aferra al pensamiento y ambos, pensamiento y existencia, quedan atrapados en la vida. Salvo que se advierta que el pensamiento es justamente el exceso de vida, su sentido, su éxtasis... que sólo hay pensamiento en cuanto que se encarna en palabras o gestos, que no hay pensamiento interior… entonces risa, pensamiento y existencia irían de la mano. Pero no es este el modo habitual de concebir la actividad de pensar.