publicado originalmente en Página 12 el 22/09/08
Por Daniel Mundo *
La dictadura legó una serie de marcas que funcionan como carteles de señalización para que nos orientemos. Aún tememos que desaparezcan. Si bien no hay un continuismo transhistórico entre un régimen y otro, el horizonte de vida despejado durante los años negros traza la perspectiva desde la que deseamos el mundo futuro y pensamos el presente. El sueño antipolítico de la modernidad. El conflicto destapado por la resolución 125 y la idea de redistribuir de otro modo la riqueza excedente da cuenta de ello.
La oposición intelectual imagina al Gobierno como un grupo de apresurados que quiere cumplir un legado del pasado. Profesionales en la lectura, frente a la realidad compleja se vuelven incapaces de darles sentido a las diferencias. Prefieren la universalidad. Leen e interpretan un comentario aislado, un gesto o un libro, como si se hallara en él la clave de bóveda del universo kirchnerista, y lo denuncian. Toman, por ejemplo, La razón populista, de Ernesto Laclau (libro que serviría para un fecundo debate de ideas), y en lugar de reponer sus orígenes negados o sus silencios, en lo primero que se inmiscuye el crítico es en la biografía del autor.
La altura intelectual del texto depende de la militancia que éste tuvo, hace cincuenta años, en el FIP, o de su vida actual en Londres (que Halperin Donghi haya planteado que para muchos intelectuales el “penoso” exilio de la Noche de los Bastones Largos fue beneficioso no supone desmerecer el reconocimiento conseguido en el extranjero: significa que a veces el lamento es mentiroso).El segundo paso consiste en acusar el estilo: la jerga academicista que vuelve oscuro lo trivial. Los intelectuales K hablarían una lengua de iniciados difícil de desentrañar para un lector de diarios. Como el crítico, un intelectual de las alturas, no encuentra caminos reflexivos para desmontar el texto, generaliza su incapacidad: nadie puede entender.
A priori, darle un sentido positivo a la comprensión del presente es oportunismo político.Como Laclau se apropia de Carl Schmitt, queda inmediatamente emparentado con el pensamiento nacionalsocialista. A esto habría que sumarle que lo que Laclau logra es que el matrimonio presidencial se entere del modo en que viene actuando sin siquiera saberlo. Lo cierto es que hace años ya que Schmitt aparece en lo más fértil del pensamiento político, y que sus planteos son casi ineludibles. La manera de actuar que propone Schmitt, el antagonismo insuperable de amigo-enemigo, no es una posibilidad entre otras de la acción política (distinta de la actividad económica o de lo técnico-administrativo). Lo insuperable en la fórmula es el antagonismo; el carácter de amigo o de enemigo, en cambio, depende de la contingencia histórica.
Pero ¿qué pueden entender los políticos, y los Kirchner en particular, de las lecturas que practican? Como cualquier lector de diario, poco o nada. Se apuesta por el consenso y la armonía preestablecida.¿Bajo qué concepto se presenta este tipo pensamiento de oposición? El sentido común ya no es un buen fertilizante. Le encantaría encontrar traducciones simples para los antagonismos que marcaron el pasado: Carta Abierta vs. El Campo, como ayer Pueblo-Oligarquía. Consignas fáciles de asir. Un poco más difícil es pensar la forma política efectiva que la tenaza globalización/individualismo, consumo/indiferentismo, va retorciendo e instaurando.
El problema de los filósofos para inmiscuirnos en los asuntos políticos radica en que, como acostumbramos a vivir entre ideas y conceptos, en una realidad que puede permanecer idéntica a sí misma a lo largo del tiempo, lo imprevisible de la acción nos desconcierta. Y el desconcierto, en lugar de asombro, lo que despierta es indignación y miedo.
* Docente e investigador en Ciencias de la Comunicación, Facultad de Ciencias Sociales (UBA).