viernes, marzo 16, 2007

Esperando a Godot número 13



Los usos del pueblo
por Pierre Bourdieu

Gualeguaychú es una risa
por Roland Melzer

El progresismo es el opio de los pueblos
por Eduardo Montes-Bradley

Teoría del derrame
por Néstor Ventaja

El repugnante placer de la obediencia a la autoridad
por Gabriela D´Odorico

Noticias de ayer y de siempre
por Jorge Bembibre

Raza, ciencia y gueto
por Juan Dukuen

Arqueología de la ciudad moderna
por Víctor Malumián

El arte de habitar
por Cecilia Novello

Irreverentes y críticos
por Hernán López Winne

Enfoques sobre lo experimental
por Ariel Fleischer

Entrevista a Josep Manuel Calleja
por Ariel Ganji

La importancia de llamarse honesto
por Lorena Baqués

Jorge Di Paola y su novela Minga!
por Jorge Hardmeier

La verdad puede ser peligrosa
por Mariana Kozodij

Poe y la teoría del cuento moderno
por Federico von Baumbach

Sergio Manganelli


La patria

es un café

al que desciende,

bajo un fragor de lluvia,

estremecida,

su plena luz

de arcángel suburbano,

florida de castaños,

desvelada de augurios

y urgencia metafísica.

A trocarme ese absurdo

rebaño de la pena

por guiños y candiles,

verdad perecedera,

parábolas de musas

y viajeros,

o ayudarme a cruzar

a través suyo,

salvar de sur a norte

las barricas.

Hasta la incierta hora

en que gravita

el aura de la ausencia

entre sus labios,

y el vaho del amor

fermenta los silencios,

en la borra

de un pocillo

abandonado.

César Fernández III


En cuanto a manifestar una forma desconocida o bien darle continuidad en un mundo sólido y concreto a una extraña energía, uno debe alcanzar el grado de madurez para alejarse de uno mismo y no volcar deseos o sentimientos y emociones, sino más bien ténica o herramientas que ayuden a decifrar manifestaciones intangibles.

César Fernández II



Sin duda que en el trazo uno encuentra la textura o suavidad de exprersión. Eso puede dejar en claro la forma en que un artista distorsiona la energía o inspiración que ha canalizado. Es difícil hallar la concresión en la revelación o exaltación, de eso depende el grado de la técnica y la trayectoria de la experiancia artística.

César Fernández


Cuando esbozo una pequeña línea, quizás primero pienso en un color, o de pronto en una textura, lo cierto es que recuerdo un rostro, pero yo sólo pienso en la mirada, y lo más seguro es que, ya sea por el brillo o por el tizne de los ojos, esa mirada me invoque una situación vivida. Antes de respirar profundo, ido en el desvanecer de la estela que dejó el recuerdo, ya finalicé el trabajo.

lunes, marzo 05, 2007

¿Dónde está el payaso?, por Vero Bonafina

¿Dónde está el payaso?

- ¡Muuy buenas noches! Antes que nada quiero pedirles que por favor hagan lugar así pueden acomodarse los que están en la puerta. Por favor. Sí, sí, usted. Siéntese allá. Señorita, acá, por favor. A ver... Sí, ustedes caballeros, ¿quiénes si no?. Vengan para acá, por favor.

- ¡Dale!

- “Dale” qué. ¿A vos qué te pasa? (Lejos, se oye alguien que aplaude). Yo no sé por qué aplauden si el espectáculo aún no ha comenzado. Bueh. Los que están adelante, por favor, levántense de sus asientos. Les quiero pedir si tienen la amabilidad de cedérselos a los que están parados. Vamos. ¿Qué esperan?. Sí, usted también señora. “Por qué”, me pregunta. Mire, acá no hacemos excepciones. ¿No les da vergüenza preguntar “por qué”, eh? Y vos nene, callate. La gente que está ahí parada está cansada, y ustedes hace más de media hora que están lo más campantes ahí, descansando, como si esto fuera un spa de Barrio norte. Esta gente está cansada, ¡por favor!. ¡Qué falta de solidaridad!.

- ¡Qué empiece de una vez!

- Señora, ¿no le ha enseñado a su hijo que a los mayores hay que respetarlos?. ¿No? Bueno. (risas) Veamos. Todos los que se encuentran atrás, por favor, vengan acá conmigo. Ustedes siéntense atrás. Señora, ¡usted se queja de todo!. ¿No era que no quería estar parada?. Vos nene, ¡no! Vení acá, a ver ...¿Quiénes eran lo que estaban sentados adelante? Bien. Les ruego, por favor y sin hacer barullo, tomar los lugares de atrás, ¿entendido? Gracias. Ustedes esperen acá. ¿Listo? Bueno, ahora sí. Vengan, por favor. Hagan una fila. (risas cómplices) No se miren entre ustedes, mírenme a mí y síganme, por favor. Bien. Ubíquense por ahí. Sí, delante de los primeros asientos. Ya sé querido que no hay lugar para sentarse. Si no te gusta, andáte.

- ¡Vamos, que empiece de una vez!

- Cuanto más rápido se acomoden, más rápido vamos a empezar. ¿De qué se ríen? ¿Eh? No te escucho. ¿Qué? ¡Mira, no sé lo que me decís. Si querés gritá. ¡Ah! Qué no ves. ¿Viste qué feo?. Ahora sí lo entendés, ¿no? Claro, es así. ¿No te parece un poco injusto qué toda esta gente que estuvo más de treinta minutos sentada atrás sin ver nada no tenga la posibilidad de ver un ratito?. ¿Eh? ¿No te parece? ¡Contestáme! Bueno, no te grito. Mirá. La señora está embarazada. Ah, ¿no? Bueno, perdón. La señora está gordita, se cansa con más facilidad, y no se queja. Ya sé que está parada, pero peor es no tener nada. ¡No te rías! Un poco de respeto con la señora. Bueno, ¿están bien? ¿Están conformes? No escucho.

- ¡Síí!.

- Lo que yo quiero saber es si todos están conformes, así que por favor levanten la mano los que están conformes que los voy a contar.

- “Mirá, lo único que nos importa es que empiece el espectáculo porque para eso vinimos”

- Creo que te entiendo, pero sabés no es fácil estar acá para mí. Yo tuve que trabajar mucho... y me pagan, no se mi me entendés. Tengo que cumplir. Pero bueno, mejor no pensemos en esas cosas ahora. Porque lo que todos estaban esperando, el sueño de sus vidas, tal vez, este a punto de realizarse. Y eso me hace acordar a un amigo que...

- ¡Queremos que venga el payaso!”

- Cállelo señora. Que conocí por ahí, no sé si vale la pena que lo nombre acá...me compromete, pero bueno, un amigo que me dijo: “Yo no sé porque la gente dice que le gustan los payasos”. Mi amigo tiene la teoría de que a los payasos no les gusta la gente, entonces, no puede entender porque la gente siempre anda insistiendo “dónde está el payaso, qué venga el payaso” y todo eso... Es más, tiene la teoría de que los payasos son... lo tengo que decir despacito porque me compromete, son malos. Son así, dice mi amigo, porque la gente se ríe de ellos; se ríe de ellos y de todo lo que hacen.

- Es que son graciosos los payasos.

- No linda, si mi amigo dice que los payasos son como ya te dije, ¡son como ya te dije! Por favor, déjenme terminar. Entonces, los payasos, como están hartos de que la gente se ría, hacen cosas malas para ver si alguna vez los toman en serio, los respetan, y ya no les da más ganas de reírse.

- Yo una vez vi un payaso que era bueno.

- Ahh (se burla) Y a mi, qué me importa. Lo que pasa es que vos sos chiquito, pero cuando seas grande fijáte, vas a ver que no son como vos decís...

- Pero uno que yo vi...

- Sí, sí. Está bien. Pero no sería un payaso, era otra cosa.

- ¡No!

- Sí, era otra cosa. Entonces, mi ami-

- ¡No, no sabés nada vos!

- ¡¿Cómo?! (levantando una ceja sola).

- No.

- ¿No qué?.

- ¡No sabés nada vos!

- A ver, a ver. Vení para acá. Paráte acá así la gente te mira y se ríe de vos. Decíme,..

- ¡No!

- Pero che, que negativo que sos. Vení, vení. Acercáte un poco más. Decíme tu nombre.

- Aputíntolo (risas cómplices)

- ¿Cómo?

- Aputíntolo.

- ¿Aputínsolo?.

- ¡¡No!!, ¡Aputíntolo!.

- Bueno, Aputínsolo, decíme dónde esta tu mamá. Señora qué nombre raro le puso a su hijo.

- “Agustín” (lejos desde el público)

- ¡Ah! Agustín solo.

- Decíme Aputíntolo, ¿cómo son los payasos esos que vos conocés? ¡Aputín!

- ¿Qué?

- ¡Contáme! ¿cómo son los payasos esos que vos viste?.

- Una vez- mi papá- fue- lejos - y -después- venía...”

- Ah! Pero mira qué lindo. Escúchame, Aputíntolo, no me hagas quedar mal ante el público. Decime, ¡¿cómo son los payasos que vos conoces?!

- Malos.

- Muuy bien Aputíntolo. (Risas y aplausos)

- Shhh. Andá, ¡No te vayas Aputín! Si me dejás seguir, podés quedarte acá conmigo. Sigo. Resulta, dice mi amigo, que los payasos hacen cosas para que la gente no se ría y la gente insiste en reírse. Entonces, dice mi amigo que al final los payasos no sirven para nada, que la gente se ríe porque quiere o por otra cosa.

- Pero los nenes nooo!

- Sííí, las nenas y también los nenes se ríen de otra cosa, de un chiste que se acordaron. Un día, me dijo mi amigo que antes era payaso, que a él le empezó a dar risa en el medio del espectáculo. Y se empezó a reír y a reír, y la gente también se reía a carcajadas y él se reía de la gente riéndose de no sé qué cosa. (risas) Shh. Pensó que al final la gente se reía del payaso riéndose de ellos, pero que entonces, en realidad a él le daba lástima que se rieran de él riéndose de ellos, que al final ellos eran unos copiones. Y si eran unos copiones, pensó mi amigo que le daba lástima la gente. Y si alguien tiene lástima hay que llorar, dice mi amigo, y todos tienen que llorar. Entonces un día, mi amigo que era payaso, se puso a llorar. Y aun así, la gente seguía riéndose. “Y eso que lloraba mucho”, me dijo.

- Lloran de mentiiira

- ¡Pero mi amigo lloraba de verdad!.

- ¿Por qué lloraba?

- Porque se había dado cuenta de que la gente no se reía porque eran copiones ni nada de eso. Lloraba, me dijo, porque nadie se conmovía. Entonces, pensó en la posibilidad de que los payasos estuvieran cansados de hacer reír a la gente, y que quizás quisieran alguna vez conmover. (Que también se dice llorar). Pero como nadie lloró ni se conmovió, abandonó su trabajo de payaso y parece que se va a dedicar a otra cosa. Pero me mandó a decirles que ahí termino la historia, que disculpen las molestias y que me permitan sea yo quien dé por terminado el espectáculo. Muchísimas gracias.

La hora del almuerzo, por Vero Bonafina

La hora del almuerzo

Parece que en la City porteña ya no se acostumbra dedicarle más de veinte minutos a la segunda comida del día, y digo segunda comida del día porque si es como dicen, no me atrevo a llamarle almuerzo. Ni hombres de traje, ni jóvenes con corte despreocupado, ni el diariero, ni el taxista, ni el farmacéutico, ni el que puede ni el que quiere: nadie en la City porteña se permite pasar más de media hora frente a un plato de comida.

Dicen que estos cambios se fueron dando a la par de la tecnificación y especialización del trabajo. Se comenta, por ejemplo, que las secretarias fueron las precursoras del consumo de tartas y del yogur light (con o sin cereales), que a los cadetes primerizos los excita el pancho con guarnición (por lo general, papas pai adheridas con mayonesa o ketchup o mostaza); o que incluso, más de una vez se ha visto algún gerente excedido de peso, y de harinas, claro está, devorarse una ensalada de frutas en menos tiempo del que le llevó al joven de corte despreocupado tomarse un actimel.

Sin embargo, si hay alguien en la City porteña que supo cómo librarse de la desdicha de un almuerzo atolondrado y poco saludable, es el encargado de edificio. Mal llamado portero, el encargado de edificio es uno de los pocos que no duda en bajar la persiana, incluso antes de que le sea permitido. La hora del almuerzo de Miguel Ángel, encargado de edificio de la calle lavalle, empieza por la deliberación acerca del almuerzo mismo. Cuando la pregunta “¿Qué voy a comer hoy?” se entromete ya sin disimulo en la lectura de alguna revista semanal o en la lamparita que debe invariablemente cambiar, Miguel Ángel mira el reloj. La hora del almuerzo de Miguel Ángel siempre empieza antes del horario de descanso.

Hoy, como la mayoría de las veces, lo sorprendieron haciendo el recuento de los ingredientes que hacían falta para preparar el plato del día: milanesas con ensalada de lechuga y tomate. “Miguel Angel”, le dijo la del 3ro C, “porqué no deja eso para otro momento y se va hasta el vivero a buscar las plantas”. La variedad que ofrece el supermercado lo confunde; una buena lista, en cambio, le ahorra la indecisión y el bolsillo. El menú del día dictó media docena de huevos, medio kilo de pan rallado, un kilo del corte de oferta, una linda lechuga y un par de tomates. Al entrar en el ascensor, se dio cuenta de que se había olvidado de comprar limones. Pensó en volver pero para ese entonces ya estaba en el último piso (porque los encargados siempre viven en algún departamento perdido del último piso).

Ya en su casa, despejó la mesada de la cocina y batió tres huevos a mano pensando que algunos pícaros agregan un chorrito de leche cuando están caros. Después eligió un condimento apropiado para saborizar la carne y lo mezcló con el huevo. Sabiendo que rara vez tiene albahaca fresca, desdeñó aquellos que prefieren el perejil: “digan lo que digan, en mi cocina nunca falta el orégano”. Siguió batiendo. Más por torpeza que por distracción, siempre se olvida de salar la carne. Ante la duda, saló un poco el huevo y volvió a batir. El rebozado es todo un debate. Hay quienes gustan del rebozado doble: antes de pasar la carne por el pan rallado, le dan una pasadita por huevo y una vez bien adherido el pan a la carne, otra pasada por huevo y por pan rallado. Otros, por economizar, prefieren el rebozado simple. Miguel Ángel elige el rebozado complejo: una primera pasada por pan rallado, una pasada por huevo y finalmente una segunda pasada por pan rallado.

Mientras las milanesas se freían, preparó la ensalada. El corte de las verduras es otra discusión. Hay quienes cortan la lechuga en trozos grandes y el tomate en rodajas; a Miguel Ángel le gusta el tomate en cubitos y la lechuga en tiritas finitas. “Aceite de maíz y sal alcanzan y sobran para condimentar una ensalada”- se decía con absoluta seguridad.

Al cruzar el pasillo que une la cocina con el living-comedor, ensaladera y plato limpio en mano, le pareció que no valía la pena almorzar allí. Miró la mesa llena de herramientas y restos de cable pelado y volvió a cruzar el pasillo. Al llegar a la cocina vio que la mesa estaba sucia, pegoteada con la mezcla del pan rallado y el huevo que habían rebalsado del plato. “Esto de siempre poner la mesa lo heredé de la familia de un amigo. La mesa completa. El mantel, el vaso, algo para tomar. Si hay pan, en la panera. Si no, no es almuerzo”- pensó Miguel Angel mientras escurría el trapo de rejilla. Dispuesto ya a sentarse a almorzar, recordó que a las cuatro de la tarde deberían llegar las platas que había encargado en el vivero: “Dios quiera que no demoren el pedido; las viejas 3º por una cosa u otra siempre me hacen quedar mal con el administrador”. Sirvió la comida, probó la milanesa y comprobó que le faltaba un poco de sal. Prometió no volver a olvidarse de salar la carne y, aunque lo enojaba, además, haberse olvidado de comprar limones, pensó en la suerte de tener un trabajo como el suyo, de pasar más de media hora frente al plato y así de poder llamar a la segunda comida del día “La hora del almuerzo”.

Epitafios, por Rolando Revagliatti

Epitafios
1
No cejó en su empeño
denodado
por avenirse
a la fatalidad de las damas.
2
Obtuvo el reconocimiento
de sus impares
Dejó su huella
en la almohadilla
Sonrió
con una muerte.

Dos de humillación, por Rolando Revagliatti

Dos de humillación
1
¿Dónde me humillan
más
que en los sueños
(propios
y ajenos)?
2
Hijo de la humillación
¿en qué te me has
reproducido?

Lleno, por Rolando Revagliatti

Lleno
1
Al salto mortal de tu vacío
la ilusión de mi lleno.
2
La ilusión de mi lleno
ma la brinda tu odio.

Caricatura, por Rolando Revagliatti

Caricatura
1
Retorna a mí
resucitada
mi caricatura
desde su cuerpo muerto
desde su pecho.
2
Me queda bien
la caricatura
del recuerdo
de mí.