domingo, junio 04, 2006

Despolitizar la política: notas sobre el desprecio político y el sentido común

Por Ariel Fleischer

Un nuevo fenómeno surgido al calor de las políticas neoliberales de los últimos treinta años, y que adopta características tan particulares para el caso argentino, como la despolitización es uno de los principales problemas que se plantean para entender a nuestra sociedad, hoy auto-regulada por el miedo. A la luz de esta idea surge más nítido el proceso histórico de los últimos años: una dictadura militar que corta lazos con el estado de bienestar e impone una política económica a través del terrorismo estatal y el genocidio; un mercado que alecciona a sus consumidores por medio del terror inflacionario; una política que transfigura el orden económico profundizando la liberalización de la mercancía y adoctrinando a sus consumidores; una resocialización educadora que, primero a través de los medios masivos de comunicación y luego con la incorporación de la tecnología como mercancía en sí misma, somete los discursos políticos al mercado.

Todas estas operaciones responden a una articulación ideológica determinada que demoniza lo político como la instancia de la inacción. Resulta harto vistoso escuchar que "los políticos son corruptos", que "el gasto político es altísimo" o aquel argumento electoralista del candidato que "roba pero hace". Estas frases no son mas que espectros de una trama simplificada en ese "saber popular" cotidiano o en el sentido común, la peor piedra de choque para la inteligencia.

¿Qué se esconde en estos slogans que publicitan la acción política como emblema de incapacidad y de corrupción?, ¿no es posible pensar que existe una intencionalidad manifiesta en tanto que los medios, como uno de los principales re/productores de discursos, sostienen esta división entre la política y la sociedad?

Pensar lo político hoy es repensar las causas de un desastre sin amparo mayor que el de la "no-representación". Este sitio fue ganado a partir de los años de la última dictadura militar, cuando lo político se convirtió en sospechoso. El imaginario social de la política como un lugar sucio e indeseable aún opera como antes y es reforzado día a día a través de los medios de comunicación: recuérdese, a modo de ejemplo, el coro de los noticieros repudiando la organización de las marchas piqueteras o bien la introducción del discurso que sostenía que las "asambleas populares" que sucedieron al levantamiento de diciembre de 2001 fueron "infiltradas por grupos políticos".

¿Porqué la organización genera en el poder el repudio y en cuanto un movimiento organizado se legitima ante la sociedad aparecen los instrumentos de hostigamiento con que cuenta la clase dominante?, ¿qué es eso que provoca lo que aquí denominaremos la cosquilla en el poder?

La organización supone el alcance de algún orden político. Y si la estrategia de la clase dominante es hacer de la política una mala palabra, desmovilizar cualquier instancia de lucha y cuestionamiento, hacer de todo compromiso de cambio una historia individual y sectaria, en nada favorece a su objetivo la unión orgánica de un reclamo. Ni hablar de una propuesta política que favorezca el cambio.

Una sociedad como la argentina, que se caracterizó por su alto nivel de instrucción y de politización, ha ido dando paso al descompromiso y a la renuncia no a toda posibilidad de lucha sino a alguna posibilidad de pensar en luchar. Esta disputa es ideológica: borrar todo espacio político de la sociedad es cercenar el control de la razón. Negando la instancia de representación, o el poder real, que detenta lo político se favorece la libertad económica. La desorganización política aporta un universo de individuos "en estado puro de consumo" y fragmenta la sociedad logrando neutralizar el conflicto social.

Una simple mirada sobre los principales partidos políticos -el peronista y el radical- sirve para dar cuenta de la curiosa despolitización que también se ejerce sobre el campo político: los partidos presentan autonomía a nivel nacional y dictan políticas regionales desunidas en el plano ideológico.

La impronta neoliberal impuso la descentralización de las políticas, no solo administrativas a nivel estatal, sino también partidarias haciendo que se fortalezcan actores políticos locales que aseguren su poder real a través de una fuerte redirección de recursos nacionales: véase para tales episodios, por ejemplo, los casos de las provincias feudales de Santiago del Estero, Catamarca y San Luis durante la década del menemato. Esto envolvió a los dos principales partidos en una serie de facciones en disputa por amplios intereses superpuestos, borrando la tradición política de los partidos de masas del siglo XX.

En cuanto a los partidos opositores éstos no logran configurar alternativas válidas de poder (no validadas por la sociedad) en una instancia "nacional" para encarar un proceso de reforma institucional de políticas públicas.

Una reforma del sistema político que permita abolir aquellas prácticas localistas y las presiones clientelares favorecerá el reordenamiento del espacio institucional y forjará los instrumentos para establecer una democracia mas participativa y formal.
Como hemos visto la despolitización opera en el plano de las instituciones y en las más rasas (sic) "creencias populares" del sentido común. Estas perspectivas reaccionarias que niegan el valor histórico, es decir construido socialmente, de lo político no obedecen mas que a desviar la atención central y los cuestionamientos básicos de que el hombre se asuma como un ser político capaz de cambiar su propia historia.


ARIEL FLEISCHER
REV. ESPERANDO A GODOT, Año II, N° 9 (2006)

Penalidad, delito y sociedad: la Penitenciaría Nacional entre 1907 y 1914











Por Ariel G. Fleischer

La función social de la pena

Si se pensara en la Penitenciaría Nacional, entre 1907 y 1914, como una gran clínica de rehabilitación no sería un desacierto, sino más bien la descripción objetiva del establecimiento. La doctrina aplicada entonces respondía a los ideales de la nueva ciencia criminológica: la pedagogía correccional u "ortopedia moral", que pretendía la transformación de la conciencia criminosa del delincuente para la readaptación a la vida social: "La penalidad inspirada en el solo propósito de castigar, ha hecho ya su época; hoy se impone como un deber de alto humanitarismo y porque la ciencia así lo aconseja, emprender una obra de regeneración moral, en su sentido más extenso. La sociedad se perjudica cuando en vez de mejorar al delincuente se limita a castigarlo" (1). La evolución del castigo del cuerpo al castigo de las conductas, extensamente estudiada por M. Foucault (2), obedece a las nociones de la "medicina psiquiátrica" como higiene pública: individualizar a los sujetos "peligrosos" de la sociedad para protegerla -de ahí la creación de enormes sistemas penitenciarios- y aplicar una terapéutica que reformará a estos sujetos.

Esta figuración del delito como un desfasaje de la actitud media de la sociedad, desconoce los parámetros indicadores de la pobreza: la sociedad argentina de entonces, si bien mantuvo una población inmigratoria pobre, manifestó los signos de benevolencia económica del modelo agroexportador: eran los años del Centenario en los que el país fue visto como una de las potencias del mundo, y los conflictos sociales que surgirían con la llegada de las clases obreras y subalternas a la escena política aún no habían tomado la magnitud que tendrían años más tarde (3). Entonces, el problema del delito no es analizado a través de una lente que demuestre la estructura marginal de la sociedad capitalista (o bien de un capitalismo en ciernes, para el caso argentino), sino como una simple desviación a la causa de la moralidad. La pena encuentra su justificación como una manera de defender la sociedad y debe ser reducida "a un tratamiento psíquico, inspirado en el propósito de colocar al recluido en condiciones tales, que pueda prescindir de los medios de excitación de los goces, formándose un hábito de moralidad en ese sentido; de acrecentar su capacidad productiva; de obligarlo a adaptarse a las condiciones de la vida social; en una palabra, de operar en su fisonomía moral una transformación que haga posible el ideal noble de reconciliarlo con la sociedad a la cual injurió con su crimen" (4).

A partir de este diagnóstico del delito, se adoptó un sistema penitenciario que procuró la "recuperación" de los delincuentes (5). Los métodos para llevar a cabo esta instancia fueron dictados en base a estudios científicos, psicológicos y criminológicos debidos, en su mayor parte, a José Ingenieros, fundador del Instituto de Criminología de la Penitenciaría Nacional (1906), la primera institución de estas características que -con carácter oficial- ha funcionado en todo el mundo.

El instituto se dedicó al análisis científico del delito y sus causas, del delincuente y sus modalidades con un marcado carácter positivista y a través de distintas áreas (6). En base a estas se montó la burocrática organización de la Penitenciaría Nacional entre 1906 y 1914.

La primera de las disposiciones que se requerían al ingresar un condenado en la Penitenciaría era la confección de un expediente realizado por el Director del penal. En las cárceles anteriores solamente se exigía el envío de la sentencia condenatoria del penado; el nuevo método fijó toda una serie de requisitos indispensables a confeccionar: antecedentes y datos del prontuario criminal (el delito por el que estaba condenado y todas las actuaciones delictuosas, si las hubiera: arrestos, procesos, reincidencias, etc.), datos personales (nombres, filiación, alias, nacionalidad, estado civil, profesión, grado de instrucción, etc.), datos físicos (descripciones, señas particulares y otros) y hasta seis fotografías. Todo este conjunto de información servía para trazar un perfil de la "fisonomía moral del delincuente", que permitía individualizar al condenado tanto como fuera posible y, a partir de ello, establecer una clasificación psicopatológica.

El ritmo de vida en la Penitenciaría obedecía a una rutina hábilmente diseñada. La mayor cantidad del tiempo de los presos era dedicada al trabajo, visto como un agente de "terapéutica moral". En lo fundamental se esgrimían dos razones para atribuir esta acción "curativa": primero, porque el trabajo brinda los rigores de la disciplina -base de la obediencia y primer principio de adaptación- que conlleva a su adopción (7); segundo, porque se presenta como la herramienta con que contará el penado una vez que se encuentre rehabilitado para su reinserción social.

El aspecto laboral tenía también una contrapartida pecuniaria para el recluido: "el trabajo en las prisiones tiene (...) por principal propósito la enmienda del detenido, y para lograr ese resultado, es necesario que sea llevado a cabo con amor, lo que es imposible, si al trabajador no se le otorga la recompensa respectiva, si no se excita su celo con la esperanza de aquella recompensa" (8).

El penado recibía en contraprestación por su trabajo una parte de su salario, destinándose el resto a satisfacer las responsabilidades civiles inherentes al delito -si las hubiera- y a costear su manutención en la cárcel. Salvadas las primeras, el salario era remitido en 2/3 a la familia del condenado, y el resto pasaba a integrar un fondo que se entregaba el día que su condena se extinguía. De no tener familia el condenado, el salario se dividía en partes iguales entre el Estado -las reparaciones de la condena, de haberlas, y los gastos carcelarios- y el fondo antes mencionado.

La Penitenciaría Nacional contaba con una variada oferta laboral que cubría la demanda del penal así como también encargos especiales. El establecimiento llegó a contar con talleres de zapatería, colchonería, talabartería, sastrería, carpintería, herrería, electricidad, mecánica, fundición, hojalatería, plomería, albañilería, escobería, panadería, fidelería y peluquería. Mención especial merecen los talleres de litografía, fotograbado, fotografía, encuadernación e imprenta que con su producción llegaron a cubrir importantes sectores de demanda del Estado Nacional: "El cuidado con que se confeccionó cada volante, folleto o boletín produjo artículos cuya calidad cubrió los estándares más exigentes del mercado. Esta particular excelencia acreditó al sector como proveedor de la mayor parte de los diplomas entregados por los organismos oficiales. Tanto la Cámara de Diputados y la de Senadores, como las universidades y la Cancillería optaron por los papeles impresos dentro de la Penitenciaría" (9). Incluso, debido al reconocimiento del trabajo de edición y a la calidad de las publicaciones producidas, en 1878 la Imprenta de la Penitenciaría contó con un stand en la Exposición Internacional y Universal de París, en donde se expusieron sus publicaciones.

El rendimiento del trabajo en los talleres penitenciarios alcanzaba para costear el presupuesto de la cárcel. Durante el año 1913, las obras ejecutadas en los talleres ascendieron a la suma de 1.422.261 pesos moneda nacional, dejando para el Estado un beneficio de 605.262 pesos, aproximadamente el 42,5 % de la producción.

Otro aspecto desarrollado para lograr la reinserción de los presos en la vida social era el de la educación: "La instrucción es el segundo elemento de la acción penitenciaria reformadora. Instrucción educativa, se entiende, y desarrollada de acuerdo con la especial condición de los educandos" (10). Para llevar a cabo la re-educación de los penados la Penitenciaría contaba con una Escuela que funcionaba todos los días hábiles del año, con excepción del mes de enero, de seis de la tarde a ocho de la noche. El programa de estudio, vigente desde el 1 de marzo de 1906, se desarrollaba en cuatro grados y comprendía las siguientes materias: primer grupo: lectura y escritura, idioma nacional, moral e historia; segundo grupo: aritmética, geografía, ciencias físicas y naturales; tercer grupo: caligrafía, dibujo artístico e industrial, jardinería u horticultura y escritura de máquina. Incluso la escuela de la Penitenciaría supo adquirir "nuevas tecnologías" para su servicio educacional: "Un factor educativo, empleado con positivas ventajas, es el cinematógrafo, con cintas apropiadas a la condición de los espectadores. Los efectos benéficos, inmediatos y mediatos, de este gran recurso educativo -dice el Director de la Escuela- son evidentes y se notan ellos en los presos, en todas las dependencias del establecimiento" (11). La Penitenciaría también contó, como complemento de la Escuela, con una Biblioteca formada por 2980 volúmenes, una Escuela de Jardinería y Horticultura y la Banda de Música, creada a partir de la consideración del "gran poder educador del arte musical y dando a éste la importancia que dentro del conjunto de los recursos de regeneración tiene", que ejecutaba conciertos durante las tardes de los días festivos.

El trabajo y la instrucción buscaban infundir en los presos no solo conocimientos sino también disciplina. Para observar y complementar esta acción, se formó un Tribunal de Conducta que otorgaba ciertas ventajas, o privaciones, que los reglamentos de la Penitenciaría permitían, como mantener encendida la luz en la celda durante una hora más, el uso del bigote y hasta "la sensible disminución de tiempo de la condena, que el Poder Ejecutivo, en uso de facultades constitucionales, puede hacer" (12). El Tribunal estaba constituido por el Subdirector de la Cárcel, que lo presidía, el Director de la Escuela y el Jefe de la Sección Penal, como vocales, y se reunía cada tres meses para hacer el seguimiento de la conducta y el progreso o retroceso del penado en las áreas del taller, pabellón y escuela. En base a las evaluaciones se clasificaba la conducta, que era anotada en una libreta personal que llevaba cada recluido.

También funcionó en la Penitenciaría Nacional un "Patronato de Presos", encargado de gestionar trabajo para los reclusos cuya liberación estaba próxima, de acuerdo con los conocimientos adquiridos en los Talleres y en las Escuelas. Independientemente de esta sección, la Dirección del penal se encargaba de hacer las diligencias necesarias para encontrarles trabajo a los condenados que lo solicitasen. Según estadísticas, de los 113 penados que egresaron de la Penitenciaría en 1913, 60 fueron colocados por el Patronato, 29 no requirieron sus servicios y 24 salieron de la Capital Federal.

Este modelo carcelario fue efectivo durante los años descriptos ya que entonces los niveles de conflictividad social podían ser controlados por las clases dirigentes, siendo canalizados a través del sistema penitenciario. Pero con el avance de nuevas formas políticas asociadas a los movimientos anarquistas, sindicalistas y comunistas, y a los partidos radical y socialista, surgidas al calor del tenue desarrollo industrial capitalista de aquellos años, traerán a la escena política las cruentas luchas de los sectores subalternos y con ello las viejas instancias de represión del delito y la protesta social que conoce la historia del hombre: el palo y el garrote.


ARIEL FLEISCHER
REV. ESPERANDO A GODOT, Año I, N° 4, (mayo-junio 2005).


Notas:

(1). En Gómez, Eusebio (Dr.): Estudios penitenciarios. Bs. Aires, Tall. Gráf. de la Penitenciaría Nacional, 1906. Subrayado en el original. Si bien el comentario es pertinente, resulta interesante advertir que más tarde el mismo E. Gómez aplicaría sus ideas positivistas en criminología a la persecución política de militantes anarquistas. Sería provechoso estudiar detalladamente en otro trabajo la relación entre penalidad, legislación y protestas sociales en la Argentina de las primeras décadas del siglo XX.
(2). Foucault, Michel: Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión. Bs. Aires, Siglo Veintiuno Editores Argentina, 2003.
(3). Recuérdese, por ejemplo, la "Semana Trágica" (1919), los fusilamientos de la Patagonia (1921).
(4). En Gómez (1906). Op. cit.
(5). Hacemos hincapié en esclarecer que durante los años tratados en este trabajo (1907-1914) ciertamente se aplicaron las reglas que describiremos en seguida. Con posterioridad se han producido situaciones totalmente irregulares: fusilamientos (Di Giovanni, Scarfó, Juan José Valle), torturas, apremios ilegales, vejaciones, arrestos injustos, etc. que tuvieron por escenario a la Penitenciaría Nacional.
(6). El Instituto estaba dividido en tres secciones: a) Etiología criminal: investigaciones de mesología criminal (sociología criminal y meteorología criminal) y antropología criminal (psicología y morfología) y estudios concurrentes a la determinación de las causas del delito; b) Clínica criminológica: estudio de las diversas formas en que la criminalidad se manifiesta; área que establece el grado de inadaptabilidad y temibilidad social del delincuente, y c) Terapéutica criminal: estudio de las medidas de profilaxis y represión de la criminalidad para reformas penales y penitenciarias.
(7). Cada preso era destinado a un trabajo en especial, según el estudio de su expediente, determinado por sus capacidades intelectuales y físicas. Es interesante destacar esto ya que la idea de trabajo asociada a la del encarcelamiento y la prisión sugiere, a veces, la de explotación que -como se verá- no es aplicable a este caso, al menos en los términos tradicionales.
(8). En Gómez (1906). Op. cit.
(9). En Gallo, Edit Rosalía: Imprenta de la Penitenciaría Nacional 1877-1961. Bs. Aires, Peña del Libro "Trenti Rocamora" (Col. Folletos, nro. 40), 2004.
(10). En Gómez, Eusebio (Dr.): Memoria descriptiva de la Penitenciaría Nacional de Buenos Aires. Bs. Aires, Tall. Gráf. de la Penitenciaría Nacional, 1914. Trabajo presentado al Congreso Penitenciario Nacional.
(11). Ibídem.
(12). Ibídem.

El cuerpo del otro a través de la obra de Joel Peter Witkin




Joel Peter Witkin: Portrait of a dwarf (1987)







Por Ariel Fleischer.

“Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo” Héctor Viel Temperley



La frase resuena inquietante al oído de cualquiera pero excluyente en cuanto a cierto criterio de verdad: voy hacia lo que menos conocí en mi mida: voy hacia mi cuerpo, escribe el poeta, no sin pena por el tiempo en que desconoció su cuerpo pero con la convicción de la nueva exploración emprendida: va en su búsqueda, tras ese objeto de pasión y de odio donde se escribe la historia de la civilización humana.

El devenir de la vida de un hombre es el de esa materialidad que llamamos cuerpo donde es posible leer tanto los deseos y pasiones como la violencia y la opresión; con el cuerpo atravesamos las dos instancias decisivas: con él se inicia la vida, con él se aveza a la muerte. El cuerpo es el elemento central de la existencia de todo ser vivo: conocemos debido al cuerpo, nos relacionamos a través de él, nos reproducimos por su medio. Objeto de tal importancia para el hombre, y debido a ella, el cuerpo ha sido tantas veces admirado como demonizado, construido como reformado.

Dar cuenta de las modificaciones históricas de nuestro cuerpo es esbozar una complejísima trama de situaciones y factores que escapan a estas notas. Sin embargo, siguiendo las teorizaciones de H. Marcuse, (1) podemos afirmar que el cuerpo ha sido desplazado en la cultura afirmativa (2) hacia la sola instancia de la auto-conservación y la reproducción sexual.

El cuerpo del hombre está condenado al trabajo (este solo le vasta —y cada vez menos— para la instancia de la supervivencia) mediante mecanismos de explotación económica que bajo la fachada de una cultura falsa encubren el dominio y la irracionalidad. Esa falsa cultura sostiene la existencia de una entidad no corpórea, por ello más allá de la materialidad, el “alma”, a la que se debe educar y engrandecer. En oposición a ésta se presenta al cuerpo, que debe someter sus sentidos al dominio del “alma”. Esta construcción histórica del ente “alma” legitima el dominio del capitalismo.(3).

La vida sexual del hombre, según las reglas de la moralidad burguesa, solo debe limitarse a las funciones de reproducción: el placer le está vedado porque la energía de la líbido debe ser conducida hacia el proceso productivo para asegurar la plusvalía; al decir de M. Horkheimer y T. W. Adorno “la condena de la carne por parte del poder no era más que el reflejo ideológico de la opresión” (4). Si el placer será reprimido, la reproducción sexual será “liberada” ya que establece la continuidad del sistema.

Estos controles y disciplinas que se ejercen sobre el cuerpo están en constante tensión respecto a los valores del hombre como ser animal: el cuerpo aún es deseado como lo prohibido porque en él descansa la sexualidad y “el sexo es el cuerpo no reducido”.(5).

Fruto de este proceso histórico de la razón instrumental —razón para los medios y no para los fines— el cuerpo del hombre ya no le pertenece, es cuerpo de la industria. Está sometido al proceso productivo y, también, a la “industria cultural” que hace del ocio otra fuente de explotación. El individuo se encuentra limitado a su cuerpo orgánico y en esa soledad existencial, en forma vulnerable, enfrenta al mercado laboral con la nítida y real sensación de enfrentarse con su cuerpo a un gigante, demostrándose a sí mismo que entre su persona y su cuerpo hay un abismo.

Ese y otros abismos como el mencionado son manifiestos en nuestra actualidad a través de la publicidad y el consumo. La serie de valores e ideales representativos de la clase dominante se presentan como los de toda la comunidad. Allí aparecen los modelos sociales que no son más que la reproducción del discurso del poder. El cuerpo, que ya ha sido convertido en funcional al trabajo, pasa también por una instancia de identificación con aquellos ideales: se lo buscará cambiar estéticamente poniéndolo al tono de la moda, se lo renovará en su alimentación, en su musculatura e incluso, mediante los nuevos alcances tecnológicos, será objeto de intervenciones quirúrgicas. Todo aquel que no se adecúe a la mimesis será ignorado, excluido, refractado, marginado. Éste es el sector de los desplazados: aquellos individuos que van desde los pobres y locos hasta los mutilados, tullidos y deformes.

La fotografía de Joel Peter Witkin (6) se nutre como fuente principal de éstos individuos, de los cuerpos ajenos a la institucionalidad. Su polémica obra aborda el cuerpo del otro, pero del distinto, del relegado. Así es como sus modelos se reclutan entre jorobados, hermafroditas, enanos, obesos, mutilados y cadáveres. Su búsqueda está orientada a demostrar lo que somos, lo que podríamos haber sido o podemos ser (mutilados, tullidos, etc.) y lo que vamos a ser (cadáveres), poniendo el acento en lo efímero del hombre.

Su obra Portrait of a dwarf [Retrato enano, 1987] es reflejo de toda su producción. La mujer enana y obesa, en ropa interior y antifaz, compone la escena junto a un busto sin rostro y un caballo diseccionado; todos dispuestos sobre un manto blanco que sirve de fondo y de alfombra. A la derecha, digamos que en el mundo de lo “normal”, se ven las piernas de otra persona que, seguramente, observa la escena menor de la fotografía. En la imagen todo permanece en un estado de relativa quietud y calma inquietante. El montaje no es descuidado: remite a ciertos climas de Goya, Velásquez y el Bosco. La iluminación oscura, con algunos contrastes sobre la modelo, hace que los elementos integrantes sean claros, pero el contexto no. Este aspecto luego se ve amplificado técnicamente a través del rayado de la placa en el laboratorio, su impresión en papel de seda, su pigmentación a mano, el tratamiento con químicos, la aplicación de cera caliente y el pulido, que tornan la fotografía con aires de daguerrotipo. Todas estas variables se repiten en otras fotografías del autor: máscaras, ropa interior, animales, disecciones, oscuridad, sexo, violencia.

Es interesante destacar a los efectos de este trabajo el lugar que ocupa la belleza. Witkin reivindica el valor del cuerpo socialmente considerado como “feo”, lo incorpora a la sociedad con una nueva carga de be-lleza: lo sexual. Construye a partir de la ubicación de los modelos, de sus vestimentas, de los climas y poses una figura que invita a una sexualidad pero, ciertamente, vedada con un halo de misterio. De modo que belleza y sexualidad van unidas, tal como sostenía S. Freud.(7).

Las composiciones fotográficas de Witkin —más allá de la intención con que produzca su obra— facilitan el acceso a la comprensión de los otros desde una nueva mirada ya que escarban prejuicios y los desarticulan a través del proceso subjetivo-objetivo de la percepción: Witkin nos recuerda que estas personas existen y son tan dignas como las demás. Tal vez podríamos decir que esos cuerpos de modelos que utiliza son “auráticos” en tanto que son “la manifestación de una lejanía”, porque son cuerpos ajenos a la “realidad” (no están en su superficie), son invisibles porque no se quieren ver, son negados; pero a través de la fotografía de Witkin cobran protagonismo nuevamente, se los reivindica.

Tal vez la obra de Witkin sea identificable, en alguna medida, con estas palabras de Marcuse: “...Las clases desmoralizadas que conservan formas semimedievales y que han sido desplazadas a las capas más inferiores de la sociedad, constituyen, en este caso, un recuerdo premonitorio. Allí cuando el cuerpo se convierte en una cosa, en una cosa bella, puede presumirse una nueva felicidad. En el caso extremo de la cosificación, el hombre triunfa sobre aquella. El arte del cuerpo bello tal como hoy puede mostrarse solo en el circo, en los varietés y en las revistas, esta frivolidad desprejuiciada y lúdica, anuncia la alegría por la liberación del ideal, a la que el hombre puede llegar cuando la humanidad, convertida verdaderamente en sujeto domine la materia. Solo cuando se suprima la vinculación con el ideal afirmativo, cuando se goce de una existencia sabia, sin racionalización alguna y sin el menor sentimiento puritano de culpa, es decir, cuando se libere a los sentidos de su atadura al alma surgirá el primer brillo de otra cultura...”. (8)



ARIEL FLEISCHER.
REV. ESPERANDO A GODOT, N°1, febrero, 2005).



Notas:

(1). “Acerca del carácter afirmativo de la cultura”. En H. Marcuse: Cultura y Sociedad. Bs. Aires, Editorial Sur (Col. de Estudios Alemanes), 1970. Quinta edición. Versión castellana de E. Bulygin y E. Garzón Valdés.
(2). Entiéndase ésta como aquélla de la época burguesa que ha conducido a la separación del mundo anímico-espiritual por sobre los demás valores de la civilización.
(3). Sostiene Marcuse que “las alegrías del alma son menos costosas que las del cuerpo”. En “Acerca del carácter afirmativo de la cultura”. En Cultura y Sociedad.
(4). “Interés por el cuerpo”. En T. A. Adorno; M. Horkheimer: Dialéctica del Iluminismo. Bs. Aires, Editorial Sur (Col. Estudios Alemanes), 1969. Versión castellana de Héctor A. Murena.
(5). Ibídem.
(6). Witkin nació en EEUU en 1939. Su fotografía toca temas grotescos y degradantes. Muestra cadáveres reales destrozados, situaciones incomodas, sadomasoquistas, hermafroditas y demás. En 1967 decidió trabajar como fotógrafo independiente y actuó como fotógrafo oficial de City Walls Inc. de Nueva York. Posteriormente realizó estudios en la cooper School of fine Arts, de N.Y., donde obtuvo en 1974 el título de Bachelor of Arts. Después de haber obtenido una beca de poesía en la Columbia University, finalizó sus estudios en la Universidad de Nuevo Mexico, con el título Master of Fine Arts. Witkin alborotó la opinión pública en los años ochenta, con fotografías de personas deformes y partes de cadáveres. Desde una posición marginal, ha logrado con los años establecerse en el mundo del arte reconocido.
(7). “...Me parece evidente que el concepto de lo bello hinca sus raíces en el terreno de la excitación sexual y designa originalmente lo que es sexualmente estimulante”. En S. Freud: Tres ensayos sobre la teoría sexual. Bs. Aires, Editorial Paidós (Col. Pensamiento Contemporáneo), 1972.
(8). “Acerca del carácter afirmativo de cultura”.

jueves, junio 01, 2006

La impunidad del encapuchado

Por Víctor Malumián


Los diarios, como el resto de los medios masivos, intentan brindar algunas de las herramientas necesarias para comprender la realidad. No sólo información pura, sino una lectura y un recorte sobre los hechos que, indefectiblemente, se torna tanto espacial como político. Comprender a los medios, es otra manera de acercarnos a un análisis más complejo del cuadro socio-político que nos rodea. Existen varias formas de descifrar las lecturas que se deslizan entre líneas dentro de las noticias. Una de ellas es tener en cuenta la ideología o línea editorial del medio.
Las editoriales expresan, por definición, su postura ante los hechos más relevantes que condicionan la actualidad nacional o regional en sus editoriales. Delinean su postura ideológica y se interesan por ejercer una influencia en quien las lee mediante una argumentación que sustente sus opiniones. La Nación al igual que Clarín son un actores políticos como podrían serlo las ONG, La Iglesia o el ejército. En el devenir cotidiano ostentan una cuota de poder en busca de posicionar su influencia en las cuestiones públicas y a su vez, lucrar en el mercado de la información.
Hoy en día La Nación vende en promedio de 163.287 ejemplares durante la semana y en los fines de semana la suma se eleva muy por debajo de las expectativas a unos 261.531 contra unos 884.058 ejemplares que vende Clarín los días domingo y 124.814 ejemplares del Diario Popular. A pesar de esta sensible diferencia La Nación es un diario de referencia que ningún gobierno puede ignorar. Existen diversas razones por las cuales no puede ser eludida la línea editorial, una de ellas son sus lectores. Es sabido que son de clase media alta, con buenos ingresos, por lo general profesionales con una tendencia ideológica conservadora. No es extraño que los clasificados, tanto laborales como los obituarios, actúen como marca de clase del diario.
Nos proponemos entonces saber a quién y cómo le habla desde sus editoriales el último refugio de los diarios formato sábana. Recortamos el corpus a las últimas quince editoriales dedicadas a los piqueteros entre Marzo y Octubre


Valores eran los de antes

“…Los testimonios de asistentes a recientes actos públicos en la provincia de Buenos Aires encabezados por el presidente de la Nación y su esposa, que dan cuenta de que recibieron bolsones son alimentos en pago por su presencia en esos mitines, son tan sólo una arista de una lamentable cultura política vinculada con la utilización de la ayuda social como herramienta electoral y con la denigración de personas de condición humilde…”

Tanto su prosa como los valores morales a los cuales apela remiten a una frase que definió al diario por mucho tiempo y aún lo hace “mira desde arriba a los de arriba”. Mediante ésta afirmación Roberto Sidicaro explica que La Nación influye a los sujetos con decisión tanto política como económica. No sólo se plantea como el deber ser de la sociedad sino que lo hace desde un estrato mayor a los mismos dirigentes que se ocupan de dirimir sobre la cuestión pública.
A la hora de observar las elecciones que hace La Nación tanto desde su prosa como la argumentación que utiliza, es interesante pensar cual era el universo posible de opciones, y desde ese universo intentar comprender porque un diario elige un tipo de argumentación y no otra.


Coyuntura versus estructura

“…La reaparición de piqueteros encapuchados portando palos en las calles de Buenos Aires debe ser motivo de gran preocupación, tanto por las derivaciones violentas que podría tener como por la actitud permisiva de las autoridades frente a este tipo de manifestaciones…”

La descripción que se ofrece sobre los piqueteros proyecta una imagen sobre el lector, que no sólo es parcial sino subjetiva, y tiene por intento trazar una analogía con los forajidos o los salvajes quienes se cubren para cometer delitos y portan algún tipo de arma para amenazar a quienes intenten detenerlos. Otro sería el caso si la editorial se extendiera sobre el porqué de su indumentaria.
Podríamos denominar un análisis coyuntural aquel que no se remonta a las causas de la situación ni al escenario que lo rodea, en este caso las causas que motivan a los piqueteros a ocultar sus rostros son las cámaras de la policía que luego de identificarlos permite buscarlos por fuera del conjunto piquetero para detenerlos y los palos actúan como barrera al perímetro que acompaña a la marcha piquetero para que no se infiltren personajes que suelen romper vidrieras para resignificar la marcha. Un análisis estructural debería trascender la barrera de la inmediatez y eliminar la mayor cantidad de supuestos periodísticos a la hora de redactar las noticias y fundamentar las opiniones.
El hecho de que un diario como La Nación que ni remotamente sopesa las causas de los fenómenos que causan las reacciones que describe sea llamado estructural no sólo nos muestra el nivel de exigencia en relación al periodismo sino el nivel de los diarios que lo rodean que hacen que a comparación éste parezca, en sus análisis, un analista en profundidad.
Un sujeto lector, puede adherir o rechazar estas decisiones de los manifestantes a cubrirse la cara pero un diario no puede darse el lujo de omitirlas, esa decisión, la de omitir ciertos datos de relevancia es la acción que destruye la objetividad y cuanto más burda se torna más fácil es detectar la tendencia ideológica de quien escribe.


El respeto por la ley y el orden.

“…Hemos reclamado con insistencia desde esta columna la necesidad de que las autoridades garanticen el orden público frente a las manifestaciones piqueteros (…) El código contravencional de la ciudad de Buenos Aires establece claramente las sanciones para quienes obstruyan la vía pública (…) No debe perderse de vista cuál es el límite entre la legalidad y la ilegalidad (…) donde es lo mismo cumplir la ley que no acatarla.

“…Volver al respeto por las leyes nos permitirá retomar el siglo XXI, al que el caos artificial montado con fines políticos y económicos personales nos sigue impidiendo llegar…”


Nada más que en la editorial del 11 de Octubre de 2005 se pueden leer 4 menciones al respeto de la ley. Llama la atención este lenguaje que remite al acatamiento de las leyes (nótese la jerga militar) y la necesidad de un tipo de orden en particular. Aquí, orden se entiende como punto de equilibrio, como nivel de interacción de una sociedad. Durante la década del ‘70 se tuvo un tipo de equilibrio, sobre todo después del ’76 donde se prohibieron las reuniones en la vía pública; el la década del ’80 ese punto de equilibrio eclosionó por la vuelta a la democracia. En la década de los ’90 el punto volvió a variar hacia un desinterés por la política sustentado en la tranquilidad que brindaba la economía.
Hoy en día ese punto de equilibrio está cambiando nuevamente, el equilibrio y el orden no necesariamente están ligados a la no mutabilidad de la realidad o a la rutina. Así como Keynes alguna vez dijo que la economía tiene su equilibrio inevitable en un ciclo de auge y crisis, el devenir político también puede correr la misma suerte.

“…En consecuencia, resulta indispensable que desde el poder judicial se marque que no es posible en una sociedad que se precie de civilizada que cada uno haga lo que le parezca sin respetar el derecho de los demás…”

“…Al igual que en le lamentable conflicto desarrollado en el hospital Garraham, debemos recordar que cualquier ciudadano tiene derecho a demandar una mejor retribución; lo que no puede hacer es extorsionar a las autoridades sembrando el desorden en las calles…”

Al seguir la línea editorial de La Nación se desprende la idea de que las manifestaciones no son parte del orden de una sociedad, sino una anomalía, una patología que debe ser extirpada ya que suspende el orden preestablecido. Por otra parte, pareciera haber una visión ingenua de las protestas. Las editoriales balbucean la idea de que existe una protesta correcta y otra incorrecta; la correcta es la que no molesta por ende se extiende en el tiempo sin encontrar una solución al problema que la originó y la incorrecta es aquella que molesta a los usuarios o peatones.
Ahora bien, cuando el hospital no tiene insumos, los trenes circulan por fuera de los estándares de seguridad y los aviones se estrellan; el diario se pregunta cómo nadie controló este medio de transporte o este hospital. En el reclamo social existe una cuota de control hacia las condiciones en las cuales se desempeñan todos los días los empleados de las aerolíneas, hacia la falta de insumos en hospitales o bien la falta de oportunidades laborales que lleva a ciertos sectores de la población a un clientelismo político.
Por último, es interesante pensar en las argumentaciones de los opositores ideológicos del diario. Cuando La Nación se basa en las leyes, sus opositores les responden, no sólo el derecho a protestar sino el derecho a trabajar también están amparados por la Constitución, y que el gobierno fue el primero en violar sus derechos, en romper el contrato social.


El tercero pícaro.

En uno de sus libros Borrat propone cuatro tipos de posturas que puede tomar un medio gráfico ante un conflicto como sería en este caso el de los piqueteros. Por un lado, tenemos las posturas por fuera del árbitro donde el diario se posiciona del lado de la ley sin importar las consecuencias y por otro el mediador que intenta negociar y conciliar.
Luego se delinean las posturas para aquellos diarios que están interesados en el conflicto y no pueden posicionarse como neutrales. Divide y reinaras es la postura donde el diario están dentro del conflicto y desea sacar ventaja y El tercero pícaro es cuando el diario no se divisa dentro del conflicto pero igualmente desea sacar ventaja.
En un primer análisis podríamos asegurar que ante el continuo retorno a las leyes La Nación podría ser descripto como un diario anclado en la postura de árbitro pero eso sólo sería un análisis coyuntural de la situación. Al tomar en cuenta la pelea por la pauta publicitaria oficial y el tipo de lector al que apunta desde su contrato de lectura la postura se matizan los aspectos a juzgar, y se puede divisar cierto interés del diario por mostrar uno de los problemas políticos que el gobierno no logra solucionar de forma que conforme a la sociedad. Más aún si tenemos en cuenta que los sectores conservadores a los que se dirige el diario son aquellos que más repudian las concentraciones y movilizaciones piqueteros. Tampoco es ajeno el brusco cambio de La Nación suedo-oficialista durante el gobierno de De la Rúa a claro opositor con el actual, no se debe a una mera cuestión ideológica, lo cual se observa en la siguiente cita:

“…El primer mandatario de nuestro país ha proclamado en varias oportunidades que se ha iniciado una nueva forma de hacer política, dando a entender que la corrupción es cosa del pasado. Lamentablemente, la transparencia en la gestión sigue siendo una asignatura pendiente...”


Estos comentarios sobre el diario sirven para pensar sus noticias desde otra perspectiva. Tomar una actitud crítica ante sus aseveraciones e imaginar cuales son los contra argumentos que no se hacen presentes en la noticia. La necesidad de ejercitarnos es imperante ante la creciente saturación informativa de baja calidad y la consecuente desinformación. Este pequeño ejercicio es aplicable a cualquier texto sobre todo a este que Ud. está leyendo.

El devenir del tiempo es harto curioso

por Víctor Malumián


Todo ser humano es pues eterno en cada uno de los segundos de su existencia.
Esto que escribo en este momento en una celda del fuerte de Taureau,
lo he escrito y lo escribiré durante la eternidad, sobre una mesa,
con una pluma, con vestimentas, en circunstancias semejantes.
Louis Auguste Blanqui

En esa celda circular, un hombre que se parece a mí escribe en
caracteres que no comprendo un largo poema sobre un hombre que
en otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en otra
celda circular... El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros escriben.
Jorge Luis Borges

El mundo, es un círculo que ya se ha repetido una infinidad
de veces y que se seguirá repitiendo in infinitum.
Friederich Nietzsche



Mientras se enfoquen sus ojos en estos pequeños símbolos, intentaré una aproximación a la teoría del “Eterno Retorno”. La teoría explica que el mundo está compuesto por una cantidad finita de átomos, que al disponer de un tiempo infinito podrían mutar y conjugarse hasta la repetición. Es claro que las moléculas son incontables hasta el tedio, pero finitas al fin. Dadas estas circunstancias, diría Ortega y Gasset, se produce una serie de variables limitadas; condenadas en cierto punto a repetirse.
No existen dudas, ni mi vida ni la suya alcanzarían para enumerarlas. El tiempo, que encarna la única esperanza de tregua ante la repetición cíclica se expande amable hasta el infinito. Supongamos que estamos frente a un tablero de ajedrez, el cual consta de sesenta y cuatro casilleros, luego imaginemos cuatro peones. Las posiciones en las cuales se pueden disponer esos peones son muchas, pero finitas. Al disponer de todo el tiempo del universo, que en este caso bastarían unas pocas horas, podríamos confirmar que las posiciones se repiten.
Esta teoría, que se asocia a Friederich Nietzsche, fue pronunciada con anterioridad por Aristóteles y Eudemo. Aunque el alemán hablaba de fuerzas y no de átomos ni moléculas. Ajeno precursor fue Louis Auguste Blanqui (1805-1881) en su libro La eternidad por los Astros. Blanqui fue encarcelado más de veinte veces, deportado y sentenciado a muerte. Soportó más de treinta años de su vida encerrado. Él prefirió la noción de cuerpo simple. Sin importar los conceptos, la materia es una mera expresión de la energía.
En síntesis, los objetos y los seres humanos están formados por átomos. Estos átomos son limitados y podrían conjugarse hasta repetirse. Si lo hicieran, sería factible que usted volviera a nacer bajo las mismas condiciones actuales.
Algún escéptico alegaría que aunque el mundo tenga una cantidad finita de átomos, éste está inmerso en un sistema solar que podría nunca concordar en la posición necesaria en el momento justo para facilitar una repetición perfecta. En otras palabras, que el mundo podría repetirse hasta el hartazgo, pero el sistema solar no lo haría. Así la conjunción de variables del universo en el cual está inmerso el mundo no sería la misma.
A este perspicaz comentario le cabe la respuesta que nos facilita Platón desde su libro Timeo. Él calcula que los siete planetas alcanzarán su posición originaria en lo que se denomina el año perfecto o platónico. Cicerón en su libro De la naturaleza de los dioses lo juzga de unos doce mil novecientos cincuenta y cuatro años. Si los planetas obedecen a esta lógica que propone Platón de un año perfecto el mundo encuentra un escenario cíclico que le permite repetirse bajo las mismas condiciones originarias.
Otro individuo objetaría que así como durante cientos de años se desconoció la influencia de un cuerpo celeste como la luna sobre las mareas, bien podría desconocerse la influencia que surten sobre nuestro planeta los movimientos de los sistemas planetarios que nos rodean, más allá del nuestro. O bien, que el universo es infinito al igual que el tiempo y por sus propiedades intrínsecas, de constante cambio, sería imposible alcanzar una reproducción exacta. Otro razonamiento podría alegar que el descubrimiento de la divisibilidad del átomo hecha por tierra semejante teoría, y esto a su vez nos remontaría a la parábola de Aquiles y la tortuga y su interminable subdivisión.
Atraídos por el concepto de la repetición muchos historiadores han mencionado la posibilidad de que la historia también podría serlo, períodos de guerra o hambruna. Sin gracia alguna, un economista inglés mencionó la posibilidad de una economía cíclica, encerrada entre el auge y la crisis.
Desde la teoría del Big Bang hasta la actualidad tres posiciones han prevalecido. La primera se apoya en la entropía y los principios de la termodinámica tal como lo explica Borges en La doctrina de los ciclos. La segunda afirma que poco a poco la gravedad iría aplacando la explosión que produjo el Big Bang hasta detenerla, luego comenzaría un proceso por el cual implotaría el universo hasta el colapso. A este proceso se lo denominó Big Crunch. En oposición, Stephen Hawking asegura que el universo es limitado y carece de fronteras, el Big Crunch no sería un colapso, sólo el preludio de un sistema cíclico.
No es mi intención aventurar una opinión sobre la teoría del eterno retorno, intento reflexionar sobre algunos de los efectos que podrían manifestarse en nuestra vida, de ser cierta. Supongamos, aunque más no sea hasta que estas líneas lleguen a su fin, que esta teoría es verdadera e irrefutable. Aceptamos que todas las posibilidades están dadas o están por cristalizarse. ¿A qué estadio se reduciría el libre albedrío? La decisión del lector de continuar esta lectura, o de abandonarla, no es fruto de su raciocinio, sólo corresponde a una de las tantas variantes dentro del universo de posibilidades. En otra variante, quizá abandone el texto, en otra ni siquiera lo hubiera conocido.
Se podría contestar que el lector, al desconocer lo que está por decidir hasta que lo hace, siente un ápice de libertad, de elección. Al ignorar el designio que le es impuesto por el azar de las posibilidades desconoce su última elección. Es reconfortante pensarlo de esa manera.
Imaginemos a un suicida consumado. Eliminemos por completo la idea de si él está decidiendo o no su accionar. Enfoquémonos, simplemente, en la futilidad de su suicidio. Su desdichada vida (la adivino desdichada por la decisión que tomó) sufrirá pequeñas alteraciones durante miles de años pero será, básicamente, la misma. El suicidio es trivial. Esa vida sólo se diferencia de otra en imperceptibles detalles, las diferencias se reducen a comprar el diario, o no; en vez de leerlo parado en el kiosco de revistas esperar hasta llegar a la cocina de su casa; pagar el importe exacto o esperar por el cambio. Los eventos perturbadores, aquellos que lo empujaron a suicidarse; permanecerían inalterables. Una explicación menos ortodoxa que fantasiosa repta hasta los esporádicos déjà vu. Ese sentimiento de haber experimentado, tiempo atrás, aquello que nos acaba de suceder. ¿Acaso es un intervalo de otra vida de las tantas posibilidades que vivió, filtrándose indiscreto en la actual o se reduce a la mínima variante que le tocó en suerte para diferenciar una existencia de otra? Nietzsche diría que exactamente esa pequeña variante es la diferencia en relación con la vida anterior en espacio cronológico.
Es posible que el individuo recuerde de forma acumulativa las distintas variantes, a través de las sucesivas posibilidades que le ha tocado vivir, hasta el punto en que dada una en el tiempo, rememore por completo la sucesión de hechos y cambie su curso, obre distinto a lo previsto. La respuesta confluye nuevamente al pantano, al círculo vicioso, donde cualquier intento por dar señales de pensamiento libre queda reducido a una de las posibilidades, a una de las miles. Ese intento de cambio sería la variante.
Por ultimo, si estamos condenados a repetirnos ¿no es acaso ésta una de las más lamentables formas de alcanzar la inmortalidad?
Recordemos que la fuerza es limitada, no así el tiempo. Al fin de cuentas, aunque persistamos en creer que la vida se repite cíclicamente, nuestra vida es sólo una, y nuestra noción del paso del tiempo se reduce a ella. Walter Benjamin nos asegura que la eternidad de las penas del infierno, tal vez, ha privado a la idea antigua del eterno retorno de su ángulo más terrible. Pone la eternidad de los tormentos en el lugar que ocupaba la eternidad de una revolución sideral.
El devenir del tiempo es harto curioso. Bernard Shaw dijo una vez que el capitalismo condena, a los pobres y a los ricos; en relación con los pobres no es necesario hacer tácita la condena. Los ricos, en cambio, sufren el tedio del inmortal tiempo que los acosa sin más que hacer; por eso inventan fiestas y modas extravagantes. Esquivemos por un momento la asimetría de las penurias; enfoquémonos en el paso del tiempo.
Sin respetar la temporalidad de estos pensadores suponemos que Schopenhauer complementa la cita y proclama que la gente vulgar sólo piensa en pasar el tiempo; el que tiene talento, en aprovecharlo. La opinión de Fenelón es un tanto más metafísica y comenta que frecuentemente el tiempo es para nosotros como una carga; no sabemos en qué emplearlo, y vivimos como fastidiados con él. Llegará el día en que un cuarto de hora nos parecerá más estimable y deseable que todos los bienes del universo. Si el tiempo transcurre a la misma velocidad para un soldado que descansa contra la muralla china y para un anticuario de la calle Defensa; cómo es posible que lo percibamos distinto dependiendo de si logramos entretenernos o perecemos en la monotonía. Sería fácil argüir que por eso intentamos vanamente matar el tiempo, Ud. leyendo este artículo y yo escribiéndolo.

Las iglesias sucumben, Dios ha sido derrocado

por Víctor Malumián


"Si pensáramos que dios está al pendiente de la tierra y sus habitantes, que se preocupa porque se respeten sus leyes y se haga su voluntad, debemos llegar a la conclusión de que dios ha sido derrotado por los hombres, ya que en la tierra nadie hace su voluntad, ni respeta sus leyes. Creo que el hombre ha creado un dios absurdo, es decir, un dios a su imagen y semejanza..."
Thomas Mann

"La religión es una obra maestra del arte de entrenar animales, porque entrena a la gente sobre cómo deben pensar."
Arthur Schopenhauer



Demostrar la existencia de Dios es tan absurdo como probar que no existe. Escapa a cualquier razonamiento lógico ya que sus devotos fundan la explicación en la fe y no en la razón. La efímera longitud de este artículo no pretende influir en el pensamiento de quien lo lee, simplemente dar a conocer otras formas de percibir la realidad que han sido sistemáticamente omitidas o destruidas. Al abordar distintas posiciones dentro del pensamiento teológico cabe anteponer la tolerancia hacia aquel que arriba a conclusiones opuestas a las nuestras.
A pesar de los eficaces intentos de la iglesia católica por eliminar cualquier tipo de pensamiento contrario a su dogma, como la inquisición que ejecutó a miles de herejes en el viejo continente o la reconversión de los pueblos originarios de América latina que culminó con la quema de las bibliotecas Incaicas[1], ha subsistido una serie de pensadores que se resisten a ceder ante el caluroso abrazo de la hoguera.
Gonzalo Puente Ojea sugiere que adquirimos el grillete de la fe durante los estadios iniciales de nuestra vida, cuando somos más permeables a la influencia de las instituciones sociales. La misma creencia que el niño acepta como dada, encontraría una resistencia tajante en un individuo con un juicio racional desarrollado. El adoctrinamiento trabaja con la dinámica de un sistema de pertenencia. Mediante la aceptación se consolida un grupo afín donde el sujeto se siente cómodamente rodeado por otros que comparten su sentir[2].
La institución eclesiástica es definida por Freud[3] como una masa artificial sobre la cual actúa una coerción exterior para evitar su disolución y cualquier tipo de modificación en su estructura. La aceptación de esta creencia conlleva determinadas condiciones, cuyo incumplimiento es castigado y reprimido socialmente. La iglesia incurre en una ilusión de permanente custodia, de un superior que todo lo sabe, el desvanecimiento de esta ilusión desembocaría en la disgregación. La explicación del fenómeno se basa en la psicología colectiva, en la limitada libertad del individuo al ser asimilado y la propagación del sentimientos que se da en los grupos.
Las tribus politeístas utilizaban la religión a modo de dilucidación de los fenómenos desconocidos como la lluvia o el amanecer[4]. Bertrand Russell cree que la religión continúa usufructuando ese espacio, dosificándose a modo de tranquilizante. Ante una situación dada se suprime el intento de reflexionar como se desencadenó el acontecimiento, se relega la responsabilidad a Dios al creer que Él lo quiso. Así se logra el desdoblamiento de la culpa de haber tomado una decisión errónea. Este papel de gran hermano se observa en otras situaciones cuando ante la inminente pérdida de un ser querido se ruega a una instancia que supera nuestro entendimiento para que interceda. La imposibilidad de lidiar con la muerte de un ser querido sumado a la falta de herramientas emocionales se conjuga en la aceptación de cualquier instancia que permita una resolución menos dolorosa, guiados más por la comprensible desesperación que por un acto de la razón[5]. Entre otras, esta era la causa por la cual Nietzsche imploraba el nacimiento del Superhombre y declaraba que Dios había muerto. La defunción declarada es un simbolismo, un llamado a abandonar las iglesias. Enfatiza la necesidad de librarse de Dios para lograr una toma de conciencia radical. Algunos pensadores arriesgan que la creación del paraíso no sólo es la contrapartida del dispositivo disciplinante del infierno si no un bálsamo para aquellos que sufren una pérdida irreparable.
Las creencias son actitudes para alcanzar sentido. La fe en un Dios significa crear a ese Dios, y como es él quien nos renueva la fe, en realidad ese Dios se está creando a si mismo. La religión cumple el deseo insatisfecho del hombre de verse liberado de lo que no comprende, de lo desconocido, del pecado, de los poderes malignos y del dolor. La fe crea su propio objeto. Para evitar este tipo de cuestionamientos el sofisma religiosos se cubre de ambigüedades.
La religión utiliza soportes mágicos para explicar las incongruencias que profesa. La posición que marca a los ateos como carentes de la capacidad necesaria para entender el poder ilimitado de Dios obvia dos puntos importantes. El primero lo teoriza Sebastián Faure[6], asevera que nuestra mente de humano es limitada, pero pregunta ¿Acaso, aquellos que nos llaman limitados por no creer en Dios no tienen la misma mente que nosotros? Entonces ¿Cómo es posible que ellos logren comprender y nosotros no? La paradoja se completa cuando se toma conciencia de que ese mismo Dios que controla el acontecer de sus vidas de forma incomprensible fue él mismo que los creo limitados. ¿Por qué crear un individuo que no podrá comprender las acciones de quien lo concibe y sufrirá por ello? Nos es imposible articular respuesta alguna porque hemos sido creados para no comprender.
Quizás el argumento de la Primera Causa sea el que más fácil se ha rebatido. La vida tal como la concebimos se desarrolla al compás de causas y consecuencias. Ante esta afirmación Dios se erige como la Primera Causa que gestó el mundo. La filosofía se permite dudar sobre esta aseveración mientras los ateístas esbozan que “Si todo debe tener una causa, entonces Dios debe tener una causa. Si puede haber algo sin causa, tanto podría ser el mundo como Dios, así que ese argumento no tiene validez”[7].
Entre las pruebas provistas por la física sobre la inexistencia de Dios se alza la teoría de la conservación de la energía. Explica que la materia no se crea ni se destruye, tan sólo se transforma. No puede existir materia nueva, no puede crearse materia de la nada. En la antigüedad esta postura fue expuesta por Aristóteles. La imposibilidad de crear desde la nada, simplemente se puede combinar elementos preexistentes para dar forma a uno nuevo. Mezclar letras, organizar oraciones para formar sentido. Entonces el universo podría ser la mera conjugación aleatoria de los elementos primarios que tarde o temprano estaba condenada a existir[8].
Otro rasgo que no escapa a la visión ateísta es la intolerancia intrínseca que profesan algunas religiones. Todo aquel que no comparta su pensamiento es automáticamente derivado al sector de los paganos con destino final al infierno. Karl Marx comparó la religión con una droga que ofrece una falsa felicidad mientras mantiene un statu quo dentro de la sociedad y estimula a las personas a ver el cielo como una mejor forma de vida, para poder soportar mejor las penurias en la tierra, sin pensar en cambiar el orden existente en el lugar donde viven.
Karl R. Popper nos facilita una prueba que se basa en la lógica. Nos explica “para que un enunciado tenga sentido ha de tener una forma tal que sea lógicamente posible tanto falsearlo como verificarlo”[9]. Carece de sentido afirmar que Dios es bueno a no ser que se pueda describir como tendría que ser el mundo para que Dios sea malo. La misma encrucijada debe recorrer el enunciado Dios existe.
Otra perspectiva se basa en la perfección. Ante la pregunta ¿Puede lo perfecto producir algo imperfecto? no hay escapatoria. La posibilidad de que un ser perfecto engendre algo imperfecto parece un oxímoron. Lo perfecto es lo absoluto e incorruptible, lo imperfecto es lo relativo y fugaz. Existe una valoración tan directa entre la obra y su autor que suele utilizarse para medir su nivel intelectual. El universo es bello y no caben dudas, nuestro planeta está plagado de paisajes deslumbrantes, pero de esa aseveración a creer que es perfecto o es el mejor de los mundos posibles como consideró Leibnz existe una distancia insalvable.
El último argumento de esta breve lista nos lleva al Plan Maestro. Todo en el mundo está hecho para que podamos vivir en él, el más leve cambio nos impediría habitarlo. A veces este argumento toma una forma curiosa; por ejemplo, se arguyó que los conejos tienen las colas blancas con el fin de que se pueda disparar más fácilmente contra ellos[10]. La parodia de Voltaire sobre el inevitable fin de la nariz a sostener los lentes ejemplifica la inversión de sentido que logra este argumento. Desde la aparición de los escritos de Darwin entendemos porque las criaturas vivas se adaptan al medio. El medio no es adecuado para ellas, sino que evolucionan adecuándose al medio. El sustento de un plan maestro se diluye hasta convertirse en indicios que al forzar la realidad puede leerse en cualquier patrón de la naturaleza.
La verdad escapa a nuestros sentidos. Cuál es el propósito de aquellos que intentan diseminar el ateísmo por el mundo más que convencer a los creyentes que la visión ateísta es la única vía inteligente. El dilema existencial está planteado, por una lado una reconfortante seguridad de justicia divina nos aguarda, por el otro, la certeza que nuestros actos tiene sólo un culpable. Una particularidad reúne a estos pensadores además de su arraigado ateísmo, exclaman Dejad de afirmar vosotros que Dios existe y yo cesaré de negar.

[1] Báez, Fernando Historia universal de la destrucción de libros, Ed. Sudamericana, Bs. As., 2004, p 144.
[2] Puente Ojeda, Gonzalo, Elogio del ateísmo. Los espejos de un ilusión, Ed. Siglo XXI, Madrid 1995.
[3] Freíd, Sigmund, Obras Completas. El porvenir de una ilusión, (1927), trad. Luis López - Ballesteros y De Torres, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid 1973.
[4] Tylor E. B., El animal divino, Ed. Pentalfa, Oviedo, 1996.
[5] Bertrand Russell, ¿Por qué no soy cristiano?, Ed. Edhasa
[6] Faure, Sebastián, 12 pruebas de la inexistencia de Dios,
[7] Pronunciado en una conferencia el 6 de marzo de 1927 en el Ayuntamiento de Battersca, bajo los auspicios de la Sociedad Secular Nacional. (Sección del Sur de Londres)
[8] Bertrand Russell, La pesadilla del teólogo
[9] Popper, Karl R., La lógica de la investigación científica
[10] Pronunciado en una conferencia el 6 de marzo de 1927 en el Ayuntamiento de Battersca, bajo los auspicios de la Sociedad Secular Nacional. (Sección del Sur de Londres)