domingo, junio 04, 2006

Penalidad, delito y sociedad: la Penitenciaría Nacional entre 1907 y 1914











Por Ariel G. Fleischer

La función social de la pena

Si se pensara en la Penitenciaría Nacional, entre 1907 y 1914, como una gran clínica de rehabilitación no sería un desacierto, sino más bien la descripción objetiva del establecimiento. La doctrina aplicada entonces respondía a los ideales de la nueva ciencia criminológica: la pedagogía correccional u "ortopedia moral", que pretendía la transformación de la conciencia criminosa del delincuente para la readaptación a la vida social: "La penalidad inspirada en el solo propósito de castigar, ha hecho ya su época; hoy se impone como un deber de alto humanitarismo y porque la ciencia así lo aconseja, emprender una obra de regeneración moral, en su sentido más extenso. La sociedad se perjudica cuando en vez de mejorar al delincuente se limita a castigarlo" (1). La evolución del castigo del cuerpo al castigo de las conductas, extensamente estudiada por M. Foucault (2), obedece a las nociones de la "medicina psiquiátrica" como higiene pública: individualizar a los sujetos "peligrosos" de la sociedad para protegerla -de ahí la creación de enormes sistemas penitenciarios- y aplicar una terapéutica que reformará a estos sujetos.

Esta figuración del delito como un desfasaje de la actitud media de la sociedad, desconoce los parámetros indicadores de la pobreza: la sociedad argentina de entonces, si bien mantuvo una población inmigratoria pobre, manifestó los signos de benevolencia económica del modelo agroexportador: eran los años del Centenario en los que el país fue visto como una de las potencias del mundo, y los conflictos sociales que surgirían con la llegada de las clases obreras y subalternas a la escena política aún no habían tomado la magnitud que tendrían años más tarde (3). Entonces, el problema del delito no es analizado a través de una lente que demuestre la estructura marginal de la sociedad capitalista (o bien de un capitalismo en ciernes, para el caso argentino), sino como una simple desviación a la causa de la moralidad. La pena encuentra su justificación como una manera de defender la sociedad y debe ser reducida "a un tratamiento psíquico, inspirado en el propósito de colocar al recluido en condiciones tales, que pueda prescindir de los medios de excitación de los goces, formándose un hábito de moralidad en ese sentido; de acrecentar su capacidad productiva; de obligarlo a adaptarse a las condiciones de la vida social; en una palabra, de operar en su fisonomía moral una transformación que haga posible el ideal noble de reconciliarlo con la sociedad a la cual injurió con su crimen" (4).

A partir de este diagnóstico del delito, se adoptó un sistema penitenciario que procuró la "recuperación" de los delincuentes (5). Los métodos para llevar a cabo esta instancia fueron dictados en base a estudios científicos, psicológicos y criminológicos debidos, en su mayor parte, a José Ingenieros, fundador del Instituto de Criminología de la Penitenciaría Nacional (1906), la primera institución de estas características que -con carácter oficial- ha funcionado en todo el mundo.

El instituto se dedicó al análisis científico del delito y sus causas, del delincuente y sus modalidades con un marcado carácter positivista y a través de distintas áreas (6). En base a estas se montó la burocrática organización de la Penitenciaría Nacional entre 1906 y 1914.

La primera de las disposiciones que se requerían al ingresar un condenado en la Penitenciaría era la confección de un expediente realizado por el Director del penal. En las cárceles anteriores solamente se exigía el envío de la sentencia condenatoria del penado; el nuevo método fijó toda una serie de requisitos indispensables a confeccionar: antecedentes y datos del prontuario criminal (el delito por el que estaba condenado y todas las actuaciones delictuosas, si las hubiera: arrestos, procesos, reincidencias, etc.), datos personales (nombres, filiación, alias, nacionalidad, estado civil, profesión, grado de instrucción, etc.), datos físicos (descripciones, señas particulares y otros) y hasta seis fotografías. Todo este conjunto de información servía para trazar un perfil de la "fisonomía moral del delincuente", que permitía individualizar al condenado tanto como fuera posible y, a partir de ello, establecer una clasificación psicopatológica.

El ritmo de vida en la Penitenciaría obedecía a una rutina hábilmente diseñada. La mayor cantidad del tiempo de los presos era dedicada al trabajo, visto como un agente de "terapéutica moral". En lo fundamental se esgrimían dos razones para atribuir esta acción "curativa": primero, porque el trabajo brinda los rigores de la disciplina -base de la obediencia y primer principio de adaptación- que conlleva a su adopción (7); segundo, porque se presenta como la herramienta con que contará el penado una vez que se encuentre rehabilitado para su reinserción social.

El aspecto laboral tenía también una contrapartida pecuniaria para el recluido: "el trabajo en las prisiones tiene (...) por principal propósito la enmienda del detenido, y para lograr ese resultado, es necesario que sea llevado a cabo con amor, lo que es imposible, si al trabajador no se le otorga la recompensa respectiva, si no se excita su celo con la esperanza de aquella recompensa" (8).

El penado recibía en contraprestación por su trabajo una parte de su salario, destinándose el resto a satisfacer las responsabilidades civiles inherentes al delito -si las hubiera- y a costear su manutención en la cárcel. Salvadas las primeras, el salario era remitido en 2/3 a la familia del condenado, y el resto pasaba a integrar un fondo que se entregaba el día que su condena se extinguía. De no tener familia el condenado, el salario se dividía en partes iguales entre el Estado -las reparaciones de la condena, de haberlas, y los gastos carcelarios- y el fondo antes mencionado.

La Penitenciaría Nacional contaba con una variada oferta laboral que cubría la demanda del penal así como también encargos especiales. El establecimiento llegó a contar con talleres de zapatería, colchonería, talabartería, sastrería, carpintería, herrería, electricidad, mecánica, fundición, hojalatería, plomería, albañilería, escobería, panadería, fidelería y peluquería. Mención especial merecen los talleres de litografía, fotograbado, fotografía, encuadernación e imprenta que con su producción llegaron a cubrir importantes sectores de demanda del Estado Nacional: "El cuidado con que se confeccionó cada volante, folleto o boletín produjo artículos cuya calidad cubrió los estándares más exigentes del mercado. Esta particular excelencia acreditó al sector como proveedor de la mayor parte de los diplomas entregados por los organismos oficiales. Tanto la Cámara de Diputados y la de Senadores, como las universidades y la Cancillería optaron por los papeles impresos dentro de la Penitenciaría" (9). Incluso, debido al reconocimiento del trabajo de edición y a la calidad de las publicaciones producidas, en 1878 la Imprenta de la Penitenciaría contó con un stand en la Exposición Internacional y Universal de París, en donde se expusieron sus publicaciones.

El rendimiento del trabajo en los talleres penitenciarios alcanzaba para costear el presupuesto de la cárcel. Durante el año 1913, las obras ejecutadas en los talleres ascendieron a la suma de 1.422.261 pesos moneda nacional, dejando para el Estado un beneficio de 605.262 pesos, aproximadamente el 42,5 % de la producción.

Otro aspecto desarrollado para lograr la reinserción de los presos en la vida social era el de la educación: "La instrucción es el segundo elemento de la acción penitenciaria reformadora. Instrucción educativa, se entiende, y desarrollada de acuerdo con la especial condición de los educandos" (10). Para llevar a cabo la re-educación de los penados la Penitenciaría contaba con una Escuela que funcionaba todos los días hábiles del año, con excepción del mes de enero, de seis de la tarde a ocho de la noche. El programa de estudio, vigente desde el 1 de marzo de 1906, se desarrollaba en cuatro grados y comprendía las siguientes materias: primer grupo: lectura y escritura, idioma nacional, moral e historia; segundo grupo: aritmética, geografía, ciencias físicas y naturales; tercer grupo: caligrafía, dibujo artístico e industrial, jardinería u horticultura y escritura de máquina. Incluso la escuela de la Penitenciaría supo adquirir "nuevas tecnologías" para su servicio educacional: "Un factor educativo, empleado con positivas ventajas, es el cinematógrafo, con cintas apropiadas a la condición de los espectadores. Los efectos benéficos, inmediatos y mediatos, de este gran recurso educativo -dice el Director de la Escuela- son evidentes y se notan ellos en los presos, en todas las dependencias del establecimiento" (11). La Penitenciaría también contó, como complemento de la Escuela, con una Biblioteca formada por 2980 volúmenes, una Escuela de Jardinería y Horticultura y la Banda de Música, creada a partir de la consideración del "gran poder educador del arte musical y dando a éste la importancia que dentro del conjunto de los recursos de regeneración tiene", que ejecutaba conciertos durante las tardes de los días festivos.

El trabajo y la instrucción buscaban infundir en los presos no solo conocimientos sino también disciplina. Para observar y complementar esta acción, se formó un Tribunal de Conducta que otorgaba ciertas ventajas, o privaciones, que los reglamentos de la Penitenciaría permitían, como mantener encendida la luz en la celda durante una hora más, el uso del bigote y hasta "la sensible disminución de tiempo de la condena, que el Poder Ejecutivo, en uso de facultades constitucionales, puede hacer" (12). El Tribunal estaba constituido por el Subdirector de la Cárcel, que lo presidía, el Director de la Escuela y el Jefe de la Sección Penal, como vocales, y se reunía cada tres meses para hacer el seguimiento de la conducta y el progreso o retroceso del penado en las áreas del taller, pabellón y escuela. En base a las evaluaciones se clasificaba la conducta, que era anotada en una libreta personal que llevaba cada recluido.

También funcionó en la Penitenciaría Nacional un "Patronato de Presos", encargado de gestionar trabajo para los reclusos cuya liberación estaba próxima, de acuerdo con los conocimientos adquiridos en los Talleres y en las Escuelas. Independientemente de esta sección, la Dirección del penal se encargaba de hacer las diligencias necesarias para encontrarles trabajo a los condenados que lo solicitasen. Según estadísticas, de los 113 penados que egresaron de la Penitenciaría en 1913, 60 fueron colocados por el Patronato, 29 no requirieron sus servicios y 24 salieron de la Capital Federal.

Este modelo carcelario fue efectivo durante los años descriptos ya que entonces los niveles de conflictividad social podían ser controlados por las clases dirigentes, siendo canalizados a través del sistema penitenciario. Pero con el avance de nuevas formas políticas asociadas a los movimientos anarquistas, sindicalistas y comunistas, y a los partidos radical y socialista, surgidas al calor del tenue desarrollo industrial capitalista de aquellos años, traerán a la escena política las cruentas luchas de los sectores subalternos y con ello las viejas instancias de represión del delito y la protesta social que conoce la historia del hombre: el palo y el garrote.


ARIEL FLEISCHER
REV. ESPERANDO A GODOT, Año I, N° 4, (mayo-junio 2005).


Notas:

(1). En Gómez, Eusebio (Dr.): Estudios penitenciarios. Bs. Aires, Tall. Gráf. de la Penitenciaría Nacional, 1906. Subrayado en el original. Si bien el comentario es pertinente, resulta interesante advertir que más tarde el mismo E. Gómez aplicaría sus ideas positivistas en criminología a la persecución política de militantes anarquistas. Sería provechoso estudiar detalladamente en otro trabajo la relación entre penalidad, legislación y protestas sociales en la Argentina de las primeras décadas del siglo XX.
(2). Foucault, Michel: Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión. Bs. Aires, Siglo Veintiuno Editores Argentina, 2003.
(3). Recuérdese, por ejemplo, la "Semana Trágica" (1919), los fusilamientos de la Patagonia (1921).
(4). En Gómez (1906). Op. cit.
(5). Hacemos hincapié en esclarecer que durante los años tratados en este trabajo (1907-1914) ciertamente se aplicaron las reglas que describiremos en seguida. Con posterioridad se han producido situaciones totalmente irregulares: fusilamientos (Di Giovanni, Scarfó, Juan José Valle), torturas, apremios ilegales, vejaciones, arrestos injustos, etc. que tuvieron por escenario a la Penitenciaría Nacional.
(6). El Instituto estaba dividido en tres secciones: a) Etiología criminal: investigaciones de mesología criminal (sociología criminal y meteorología criminal) y antropología criminal (psicología y morfología) y estudios concurrentes a la determinación de las causas del delito; b) Clínica criminológica: estudio de las diversas formas en que la criminalidad se manifiesta; área que establece el grado de inadaptabilidad y temibilidad social del delincuente, y c) Terapéutica criminal: estudio de las medidas de profilaxis y represión de la criminalidad para reformas penales y penitenciarias.
(7). Cada preso era destinado a un trabajo en especial, según el estudio de su expediente, determinado por sus capacidades intelectuales y físicas. Es interesante destacar esto ya que la idea de trabajo asociada a la del encarcelamiento y la prisión sugiere, a veces, la de explotación que -como se verá- no es aplicable a este caso, al menos en los términos tradicionales.
(8). En Gómez (1906). Op. cit.
(9). En Gallo, Edit Rosalía: Imprenta de la Penitenciaría Nacional 1877-1961. Bs. Aires, Peña del Libro "Trenti Rocamora" (Col. Folletos, nro. 40), 2004.
(10). En Gómez, Eusebio (Dr.): Memoria descriptiva de la Penitenciaría Nacional de Buenos Aires. Bs. Aires, Tall. Gráf. de la Penitenciaría Nacional, 1914. Trabajo presentado al Congreso Penitenciario Nacional.
(11). Ibídem.
(12). Ibídem.