jueves, junio 01, 2006

El devenir del tiempo es harto curioso

por Víctor Malumián


Todo ser humano es pues eterno en cada uno de los segundos de su existencia.
Esto que escribo en este momento en una celda del fuerte de Taureau,
lo he escrito y lo escribiré durante la eternidad, sobre una mesa,
con una pluma, con vestimentas, en circunstancias semejantes.
Louis Auguste Blanqui

En esa celda circular, un hombre que se parece a mí escribe en
caracteres que no comprendo un largo poema sobre un hombre que
en otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en otra
celda circular... El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros escriben.
Jorge Luis Borges

El mundo, es un círculo que ya se ha repetido una infinidad
de veces y que se seguirá repitiendo in infinitum.
Friederich Nietzsche



Mientras se enfoquen sus ojos en estos pequeños símbolos, intentaré una aproximación a la teoría del “Eterno Retorno”. La teoría explica que el mundo está compuesto por una cantidad finita de átomos, que al disponer de un tiempo infinito podrían mutar y conjugarse hasta la repetición. Es claro que las moléculas son incontables hasta el tedio, pero finitas al fin. Dadas estas circunstancias, diría Ortega y Gasset, se produce una serie de variables limitadas; condenadas en cierto punto a repetirse.
No existen dudas, ni mi vida ni la suya alcanzarían para enumerarlas. El tiempo, que encarna la única esperanza de tregua ante la repetición cíclica se expande amable hasta el infinito. Supongamos que estamos frente a un tablero de ajedrez, el cual consta de sesenta y cuatro casilleros, luego imaginemos cuatro peones. Las posiciones en las cuales se pueden disponer esos peones son muchas, pero finitas. Al disponer de todo el tiempo del universo, que en este caso bastarían unas pocas horas, podríamos confirmar que las posiciones se repiten.
Esta teoría, que se asocia a Friederich Nietzsche, fue pronunciada con anterioridad por Aristóteles y Eudemo. Aunque el alemán hablaba de fuerzas y no de átomos ni moléculas. Ajeno precursor fue Louis Auguste Blanqui (1805-1881) en su libro La eternidad por los Astros. Blanqui fue encarcelado más de veinte veces, deportado y sentenciado a muerte. Soportó más de treinta años de su vida encerrado. Él prefirió la noción de cuerpo simple. Sin importar los conceptos, la materia es una mera expresión de la energía.
En síntesis, los objetos y los seres humanos están formados por átomos. Estos átomos son limitados y podrían conjugarse hasta repetirse. Si lo hicieran, sería factible que usted volviera a nacer bajo las mismas condiciones actuales.
Algún escéptico alegaría que aunque el mundo tenga una cantidad finita de átomos, éste está inmerso en un sistema solar que podría nunca concordar en la posición necesaria en el momento justo para facilitar una repetición perfecta. En otras palabras, que el mundo podría repetirse hasta el hartazgo, pero el sistema solar no lo haría. Así la conjunción de variables del universo en el cual está inmerso el mundo no sería la misma.
A este perspicaz comentario le cabe la respuesta que nos facilita Platón desde su libro Timeo. Él calcula que los siete planetas alcanzarán su posición originaria en lo que se denomina el año perfecto o platónico. Cicerón en su libro De la naturaleza de los dioses lo juzga de unos doce mil novecientos cincuenta y cuatro años. Si los planetas obedecen a esta lógica que propone Platón de un año perfecto el mundo encuentra un escenario cíclico que le permite repetirse bajo las mismas condiciones originarias.
Otro individuo objetaría que así como durante cientos de años se desconoció la influencia de un cuerpo celeste como la luna sobre las mareas, bien podría desconocerse la influencia que surten sobre nuestro planeta los movimientos de los sistemas planetarios que nos rodean, más allá del nuestro. O bien, que el universo es infinito al igual que el tiempo y por sus propiedades intrínsecas, de constante cambio, sería imposible alcanzar una reproducción exacta. Otro razonamiento podría alegar que el descubrimiento de la divisibilidad del átomo hecha por tierra semejante teoría, y esto a su vez nos remontaría a la parábola de Aquiles y la tortuga y su interminable subdivisión.
Atraídos por el concepto de la repetición muchos historiadores han mencionado la posibilidad de que la historia también podría serlo, períodos de guerra o hambruna. Sin gracia alguna, un economista inglés mencionó la posibilidad de una economía cíclica, encerrada entre el auge y la crisis.
Desde la teoría del Big Bang hasta la actualidad tres posiciones han prevalecido. La primera se apoya en la entropía y los principios de la termodinámica tal como lo explica Borges en La doctrina de los ciclos. La segunda afirma que poco a poco la gravedad iría aplacando la explosión que produjo el Big Bang hasta detenerla, luego comenzaría un proceso por el cual implotaría el universo hasta el colapso. A este proceso se lo denominó Big Crunch. En oposición, Stephen Hawking asegura que el universo es limitado y carece de fronteras, el Big Crunch no sería un colapso, sólo el preludio de un sistema cíclico.
No es mi intención aventurar una opinión sobre la teoría del eterno retorno, intento reflexionar sobre algunos de los efectos que podrían manifestarse en nuestra vida, de ser cierta. Supongamos, aunque más no sea hasta que estas líneas lleguen a su fin, que esta teoría es verdadera e irrefutable. Aceptamos que todas las posibilidades están dadas o están por cristalizarse. ¿A qué estadio se reduciría el libre albedrío? La decisión del lector de continuar esta lectura, o de abandonarla, no es fruto de su raciocinio, sólo corresponde a una de las tantas variantes dentro del universo de posibilidades. En otra variante, quizá abandone el texto, en otra ni siquiera lo hubiera conocido.
Se podría contestar que el lector, al desconocer lo que está por decidir hasta que lo hace, siente un ápice de libertad, de elección. Al ignorar el designio que le es impuesto por el azar de las posibilidades desconoce su última elección. Es reconfortante pensarlo de esa manera.
Imaginemos a un suicida consumado. Eliminemos por completo la idea de si él está decidiendo o no su accionar. Enfoquémonos, simplemente, en la futilidad de su suicidio. Su desdichada vida (la adivino desdichada por la decisión que tomó) sufrirá pequeñas alteraciones durante miles de años pero será, básicamente, la misma. El suicidio es trivial. Esa vida sólo se diferencia de otra en imperceptibles detalles, las diferencias se reducen a comprar el diario, o no; en vez de leerlo parado en el kiosco de revistas esperar hasta llegar a la cocina de su casa; pagar el importe exacto o esperar por el cambio. Los eventos perturbadores, aquellos que lo empujaron a suicidarse; permanecerían inalterables. Una explicación menos ortodoxa que fantasiosa repta hasta los esporádicos déjà vu. Ese sentimiento de haber experimentado, tiempo atrás, aquello que nos acaba de suceder. ¿Acaso es un intervalo de otra vida de las tantas posibilidades que vivió, filtrándose indiscreto en la actual o se reduce a la mínima variante que le tocó en suerte para diferenciar una existencia de otra? Nietzsche diría que exactamente esa pequeña variante es la diferencia en relación con la vida anterior en espacio cronológico.
Es posible que el individuo recuerde de forma acumulativa las distintas variantes, a través de las sucesivas posibilidades que le ha tocado vivir, hasta el punto en que dada una en el tiempo, rememore por completo la sucesión de hechos y cambie su curso, obre distinto a lo previsto. La respuesta confluye nuevamente al pantano, al círculo vicioso, donde cualquier intento por dar señales de pensamiento libre queda reducido a una de las posibilidades, a una de las miles. Ese intento de cambio sería la variante.
Por ultimo, si estamos condenados a repetirnos ¿no es acaso ésta una de las más lamentables formas de alcanzar la inmortalidad?
Recordemos que la fuerza es limitada, no así el tiempo. Al fin de cuentas, aunque persistamos en creer que la vida se repite cíclicamente, nuestra vida es sólo una, y nuestra noción del paso del tiempo se reduce a ella. Walter Benjamin nos asegura que la eternidad de las penas del infierno, tal vez, ha privado a la idea antigua del eterno retorno de su ángulo más terrible. Pone la eternidad de los tormentos en el lugar que ocupaba la eternidad de una revolución sideral.
El devenir del tiempo es harto curioso. Bernard Shaw dijo una vez que el capitalismo condena, a los pobres y a los ricos; en relación con los pobres no es necesario hacer tácita la condena. Los ricos, en cambio, sufren el tedio del inmortal tiempo que los acosa sin más que hacer; por eso inventan fiestas y modas extravagantes. Esquivemos por un momento la asimetría de las penurias; enfoquémonos en el paso del tiempo.
Sin respetar la temporalidad de estos pensadores suponemos que Schopenhauer complementa la cita y proclama que la gente vulgar sólo piensa en pasar el tiempo; el que tiene talento, en aprovecharlo. La opinión de Fenelón es un tanto más metafísica y comenta que frecuentemente el tiempo es para nosotros como una carga; no sabemos en qué emplearlo, y vivimos como fastidiados con él. Llegará el día en que un cuarto de hora nos parecerá más estimable y deseable que todos los bienes del universo. Si el tiempo transcurre a la misma velocidad para un soldado que descansa contra la muralla china y para un anticuario de la calle Defensa; cómo es posible que lo percibamos distinto dependiendo de si logramos entretenernos o perecemos en la monotonía. Sería fácil argüir que por eso intentamos vanamente matar el tiempo, Ud. leyendo este artículo y yo escribiéndolo.