domingo, junio 04, 2006

Despolitizar la política: notas sobre el desprecio político y el sentido común

Por Ariel Fleischer

Un nuevo fenómeno surgido al calor de las políticas neoliberales de los últimos treinta años, y que adopta características tan particulares para el caso argentino, como la despolitización es uno de los principales problemas que se plantean para entender a nuestra sociedad, hoy auto-regulada por el miedo. A la luz de esta idea surge más nítido el proceso histórico de los últimos años: una dictadura militar que corta lazos con el estado de bienestar e impone una política económica a través del terrorismo estatal y el genocidio; un mercado que alecciona a sus consumidores por medio del terror inflacionario; una política que transfigura el orden económico profundizando la liberalización de la mercancía y adoctrinando a sus consumidores; una resocialización educadora que, primero a través de los medios masivos de comunicación y luego con la incorporación de la tecnología como mercancía en sí misma, somete los discursos políticos al mercado.

Todas estas operaciones responden a una articulación ideológica determinada que demoniza lo político como la instancia de la inacción. Resulta harto vistoso escuchar que "los políticos son corruptos", que "el gasto político es altísimo" o aquel argumento electoralista del candidato que "roba pero hace". Estas frases no son mas que espectros de una trama simplificada en ese "saber popular" cotidiano o en el sentido común, la peor piedra de choque para la inteligencia.

¿Qué se esconde en estos slogans que publicitan la acción política como emblema de incapacidad y de corrupción?, ¿no es posible pensar que existe una intencionalidad manifiesta en tanto que los medios, como uno de los principales re/productores de discursos, sostienen esta división entre la política y la sociedad?

Pensar lo político hoy es repensar las causas de un desastre sin amparo mayor que el de la "no-representación". Este sitio fue ganado a partir de los años de la última dictadura militar, cuando lo político se convirtió en sospechoso. El imaginario social de la política como un lugar sucio e indeseable aún opera como antes y es reforzado día a día a través de los medios de comunicación: recuérdese, a modo de ejemplo, el coro de los noticieros repudiando la organización de las marchas piqueteras o bien la introducción del discurso que sostenía que las "asambleas populares" que sucedieron al levantamiento de diciembre de 2001 fueron "infiltradas por grupos políticos".

¿Porqué la organización genera en el poder el repudio y en cuanto un movimiento organizado se legitima ante la sociedad aparecen los instrumentos de hostigamiento con que cuenta la clase dominante?, ¿qué es eso que provoca lo que aquí denominaremos la cosquilla en el poder?

La organización supone el alcance de algún orden político. Y si la estrategia de la clase dominante es hacer de la política una mala palabra, desmovilizar cualquier instancia de lucha y cuestionamiento, hacer de todo compromiso de cambio una historia individual y sectaria, en nada favorece a su objetivo la unión orgánica de un reclamo. Ni hablar de una propuesta política que favorezca el cambio.

Una sociedad como la argentina, que se caracterizó por su alto nivel de instrucción y de politización, ha ido dando paso al descompromiso y a la renuncia no a toda posibilidad de lucha sino a alguna posibilidad de pensar en luchar. Esta disputa es ideológica: borrar todo espacio político de la sociedad es cercenar el control de la razón. Negando la instancia de representación, o el poder real, que detenta lo político se favorece la libertad económica. La desorganización política aporta un universo de individuos "en estado puro de consumo" y fragmenta la sociedad logrando neutralizar el conflicto social.

Una simple mirada sobre los principales partidos políticos -el peronista y el radical- sirve para dar cuenta de la curiosa despolitización que también se ejerce sobre el campo político: los partidos presentan autonomía a nivel nacional y dictan políticas regionales desunidas en el plano ideológico.

La impronta neoliberal impuso la descentralización de las políticas, no solo administrativas a nivel estatal, sino también partidarias haciendo que se fortalezcan actores políticos locales que aseguren su poder real a través de una fuerte redirección de recursos nacionales: véase para tales episodios, por ejemplo, los casos de las provincias feudales de Santiago del Estero, Catamarca y San Luis durante la década del menemato. Esto envolvió a los dos principales partidos en una serie de facciones en disputa por amplios intereses superpuestos, borrando la tradición política de los partidos de masas del siglo XX.

En cuanto a los partidos opositores éstos no logran configurar alternativas válidas de poder (no validadas por la sociedad) en una instancia "nacional" para encarar un proceso de reforma institucional de políticas públicas.

Una reforma del sistema político que permita abolir aquellas prácticas localistas y las presiones clientelares favorecerá el reordenamiento del espacio institucional y forjará los instrumentos para establecer una democracia mas participativa y formal.
Como hemos visto la despolitización opera en el plano de las instituciones y en las más rasas (sic) "creencias populares" del sentido común. Estas perspectivas reaccionarias que niegan el valor histórico, es decir construido socialmente, de lo político no obedecen mas que a desviar la atención central y los cuestionamientos básicos de que el hombre se asuma como un ser político capaz de cambiar su propia historia.


ARIEL FLEISCHER
REV. ESPERANDO A GODOT, Año II, N° 9 (2006)