lunes, agosto 20, 2007

El momento perfecto

(Editorial número 14)

Lentamente, la perfección se ha convertido en un aliado de la desidia. En lugar de ostentar su posición como objetivo deseable, utópico y motivador, la perfección se ha tornado un obturador del pensamiento. Intelectuales que se niegan a debatir porque las condiciones no son óptimas, políticos presos de la impotencia ante los vaivenes de la opinión pública, potenciales escritores que esperan el milagro de las musas, estudiantes agazapados en sus apuntes sin transmitir sus ideas, candidaturas frustradas, y una lista interminable de personajes públicos que, inmersos en el miedo al fracaso, abandonan sus ideas antes de verlas naufragar. Pareciera que el error no depara ningún aprendizaje, que las elecciones perdidas no reservan ninguna lección: la última tendencia es todo o nada.

Diversas expresiones artísticas como el teatro o la literatura han plasmado la desidia y el sentimiento de futilidad. La diferencia radica en que por lo general, ese sentimiento estaba motivado por las grandes guerras, de hecho, muchas de estas obras están relacionadas con este período. La juventud sabía que la Nación declaraba la guerra y ellos la peleaban. Este sentimiento de incertidumbre sobre el acontecer de la vida, invertía los valores y las prioridades: con qué fin estudiar durante seis años si mañana mismo puede explotar la guerra. Hoy por hoy, esa incertidumbre no posee el mismo peso real. Aunque las guerras no han desaparecido, y mientras Estados Unidos genere un gran porcentaje de su PBI movilizando la gigante maquinaria bélica no se puede vislumbrar ese fin, el temor real por un desembarco extranjero en nuestras costas ha quedado atrás.

La desidia duerme a la sombra de la perfección. La búsqueda de la perfección paraliza. El momento perfecto no existe.