miércoles, diciembre 03, 2008

La invención de la inseguridad para conservar lo que se consume

Dos muchachos con pantalones amplios, zapatillas Nike y la suspicacia de quienes los miran de reojo sobre sus hombros ingresan al local de Red Megatone, en el Alto Avellaneda Shopping Mall, al tiempo que un agente de seguridad sigue sus movimientos con atención. Sin efectuar ninguna compra ni consultar a los vendedores, que cuchichean entre sí sobre la extraña presencia de ambos sujetos, se retiran. Nada importante ocurre pero trascienden algunos suspiros.


Tan similar como recurrente, la escena se repite cuando un matrimonio joven con su hijita abandona a bordo de su automóvil Gol el predio comercial por la salida que desemboca en la calle Agüero. Un hombre cruza por delante del vehículo y echa una mirada desafiante al conductor, mientras ella le susurra que, si es preciso, lo atropelle.


Al anochecer, uno de los niños que se gana unas monedas por cuidar los coches que estacionan sobre la calle Sarmiento, a metros de la ex confitería La Real, emblemático punto de encuentro para políticos y sindicalistas en Avellaneda, ingresa al restaurante -que actualmente se llama Pertuti- y entrega tarjetas a los comensales. De inmediato, uno de los mozos conmina al chico para que suspenda su gira por las mesas y regrese a la vereda.


La disparidad de los terrenos no impide una caracterización sintética: mozos, conductores y agentes de seguridad al servicio de la protección de la propiedad. Y sus conciencias son parcelas fértiles para el cultivo de reclamos por penas más severas a los delincuentes y controles policiales más potentes e infranqueables.


Sin embargo, la solución por la aplicación de rigor resulta esquiva aunque en los últimos años, desde la irrupción en la escena pública de Juan Carlos Blumberg, el Congreso aprobó leyes más duras de cara a la prevención y sanción de hurtos y crímenes. En contacto con El Convenio, un alto jefe policial del Unidad Penitenciaria N° 2 de Devoto expresó que “a veces caen adentro personas que cartoneaban y, si les preguntás qué hicieron, responden que no saben”. En ese penal, residen más de 1500 presos y basta observar la puerta principal, a la hora de ingresos o egresos de las visitas, para constatar que todos los reclusos son pobres.


Según el abogado Sergio Smietniansky, miembro de la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional en zona sur (CORREPI-Sur), “para estar preso se tienen que dar dos condiciones: una, esencial; y la otra, circunstancial”. En ese sentido, explicó que “la esencial es ser pobre” y “la circunstancial es, eventualmente, haber cometido un delito”.


Desde su estudio jurídico en Lanús, el letrado conversó con este periódico. Sin trepidaciones, aseguró que los mensajes que claman por más seguridad en los medios masivos de comunicación constituyen “un concepto con absoluto carácter de clase y elitista”.


Qué opinás de los reclamos por una baja en la edad de imputabilidad de los menores


No son planteos nuevos. Están enmarcados en las diferentes corrientes de la doctrina de mano dura o tolerancia cero. Evidentemente, todos esos conceptos, que están arraigados en la derecha, plantean que los problemas delictivos se resuelven con mayor represión. Esto quiere decir que cuanto más cárceles, más policías, más gatillo fácil y más leyes duras haya vamos a resolver el problema de la inseguridad.




Pero no es así.


Eso no es así. Primero, parten de un concepto falso. Para ellos, seguridad es la seguridad de ellos. En realidad, el concepto de seguridad podría definirse como el acceso a un trabajo, sueldo acorde a la labor y derecho a obra social y jubilación.




Precisamente, seguridad social.


Exactamente. Que esa persona, cuando llegue a su casa, tenga el plato de comida para sus hijos, que se viva en una vivienda digna y que sus chicos tengan acceso a la educación laica y gratuita. Ese es el concepto de lo que es seguridad ciudadana. Lo otro es puro reduccionismo a que seguridad se limita a poner preso al chorro de la esquina.




Durante la debacle social y económica de 2001, los sectores medios mostraron comprensión hacia los pobres y los trabajadores en lucha. Pero conforme se recompuso la trama productiva y se reactivó el consumo, volvieron a poner sobre el tapete la necesidad de proteger los bienes que adquirían como una cuestión primordial. Cuál es tu percepción al respecto.


Sí, la síntesis “piquete y cacerola, la lucha es una sola” fue una alianza que se desmembró con el tiempo. Los ahorristas que hacían escarches y rompían bancos entendían la problemática de los desocupados. Fue un momento en que las clases medias comprendieron que el capitalismo, bajo el neoliberalismo, les cambió un teléfono por cinco desocupados en su familia. Después, al tratar de recomponer hacia ese sector la credibilidad en sus representantes, empezó de nuevo la campaña de ver al pobre como enemigo.




¿Cuánto influyen la televisión, la radio y los diarios en este aspecto?


Evidentemente, esto está mediatizado y está orientado a desviar los ejes centrales. El tipo que está sentado al mediodía, prende el televisor y escucha en el noticiero los seis o siete hechos de sangre dice: “el problema de este país es la delincuencia”. Ahora, en la provincia de Buenos Aires, según los médicos de los hospitales públicos, mueren 10 chicos por día por enfermedades evitables o desnutrición infantil. Si esa persona prendiera el televisor y le mostraran los 10 velorios de los 10 bebés en la provincia de Buenos Aires que se murieron por pobres, seguramente plantearían que el problema de la Argentina es la falta de distribución de la riqueza.
Entonces, ¿existen hechos de sangre? Sin lugar a dudas. ¿Esos hechos tienen relación con el aumento de la pobreza? Tampoco hay ninguna duda. Ahora, así y todo esos índices no son tan altos como deberían si uno compara la cantidad de población que está por debajo de los índices de pobreza. Los homicidios no han aumentado. Lo que han aumentado son los delitos contra la propiedad.




Cómo se soluciona el problema


Hay dos posiciones. La solución mágica, que dice que con el policía de la esquina y con más cárceles la situación se resuelve; y la otra es la solución real, que sería plantear que hay un problema a resolver con políticas sociales y que es un proceso largísimo -que implica cambios sistémicos-. Mientras siga este modelo de acumulación de capital y expansión de la pobreza, no hay políticas que alcancen. El tipo que sale a robar está jugado y el gatillo fácil genera más muerte necesariamente. Porque si él sabe que su vida no vale nada, la nuestra vale mucho menos.




Cómo dar esa discusión para demostrar que las cárceles no sirven sino para encerrar a los más pobres.


Esa es la característica de las cárceles en Argentina, y es mentira que entran por una puerta y salen por la otra. Esos son los que tienen poder adquisitivo, los que arreglan con abogados, jueces y policías. O no entran nunca: los grandes delincuentes de este país no entran nunca.
Las cárceles argentinas están atestadas de presos y los índices delictivos no bajan. Por más que sigan construyendo cárceles, no van a resolver el problema. Me parece que, en el fondo, la gente sabe que el problema es otro y es tan difícil entender que este proceso es distinto y que hay que sacrificarse y apostar para otro lado, que es más fácil creer que con un policía en la esquina se soluciona. Y hay un problema fundamental: la organización delictiva más importante que existe en Argentina es la Policía Bonaerense. Los índices delictivos de la Policía Bonaerense son hasta diez veces más altos que los índices de delincuencia en la población civil. Si nosotros tomamos la cantidad de habitantes de la provincia que cometen delitos, es muy -pero muy- inferior a la cantidad de policías que cometen delitos.




¿Podrías ser más preciso?


Que el narcotráfico es manejado por la División Narcóticos de la Policía Bonaerense, que el robo de autos es manejado por la División Robo Automotores, que la explotación de la prostitución es manejada por la Policía. Yo les hago un desafío mental: búsquenme un secuestro de todos los mediáticos que aparecieron donde no esté vinculada la Policía. No van a encontrar ninguno.




Estás desengañado. Creés que la sociedad sabe y entiende cómo funciona la lógica de los delitos pero prefiere la solución lógica. Entonces, ¿no es posible pensar la posibilidad de una transformación del sistema?


El desafío está en construir la alternativa. Nosotros damos las batallas en los tribunales pero también las damos en las calles. Porque entendemos que se pueden generar grietas. Si en este momento hay genocidas presos es porque hubo una lucha de un pueblo, no porque un gobernante se levantó un día y decidió eso.

El 80 por ciento de los detenidos permanece tras las rejas sin juicio previo.
La mayoría de los presos jóvenes delinquen cuando recuperan su libertad.
La Policía mata un joven cada 36 horas en casos de gatillo fácil.



Cuando el miedo es industria


En un mundo que prefiere la seguridad a la justicia, hay cada vez más gente que aplaude el sacrificio de la justicia en los altares de la seguridad. En las calles de las ciudades, se celebran las ceremonias. Cada vez que un delincuente cae acribillado, la sociedad siente alivio ante la enfermedad que la acosa. La muerte de cada malviviente surte efectos farmacéuticos sobre los bienvivientes. La palabra farmacia viene de phármakos, que era el nombre que daban los griegos a las víctimas humanas de los sacrificios ofrendados a los dioses en tiempos de crisis. (Eduardo Galeano, en Patas Arriba)