sábado, abril 25, 2009

Acordes de humanidad Por Federico von Baumbach (colaboración de Elsa Granado)

Música/ Educación

Acordes de humanidad

En la ciudad de Olavarría, a 350 kilómetros de la Capital Federal, chicos de entre 12 y 18 años forman La Banda de Sikuris, agrupación que tiene como objetivo difundir la música de los pueblos originarios. El proyecto establece a la vez una mirada diferente del proceso de enseñanza –aprendizaje en el área musical, y del rol que ocupa el educador y el educando dentro del mismo.


Cambios de ritmos

Año 2002. Escuela N 65 de la ciudad de Olavarría, provincia de Buenos Aires. Alba, maestra de 7 año de la institución, estaba preocupada por el nivel de violencia que había entre los chicos y también de los chicos hacia los docentes. En las horas de clases los alumnos hacían diferentes ritmos en los pupitres por el sólo hecho de querer molestar al docente. Fue entonces cuando Alba de a poco descubrió que en esas bromas latían grandes potencialidades, que hasta ese momento no habían sido tenidas en cuenta o registradas de otra manera. Entonces decidió formar, junto al apoyo de su marido Atilio y un grupo de amigos, una murga con latas, baldes y tambores, como forma de canalizar las energías de los adolescentes.

Los resultados pronto se hicieron ver: los niveles de violencia disminuyeron y los chicos se dieron cuenta de que podían utilizar sus capacidades para hacer algo productivo y placentero. Gracias a la ayuda de un baterista amigo de la pareja, un día llegó para la murga la oportunidad de presentarse en el Teatro Municipal de Olavarría, en un encuentro de bateristas y percusionistas. Más tarde, surgió la posibilidad de preparar un número para el acto escolar del 12 de octubre. En uno de los viajes a Jujuy realizados por Alba y Atilio, unos amigos les regalaron unos sikus. Con esfuerzo y dedicación la pareja aprendió a tocar el instrumento. Luego Alba decidió enseñarles a sus alumnos la técnica para sacarle sonido al sikus. Así lograron preparar dos canciones para el acto escolar. Pero los chicos quedaron tan entusiasmados que quisieron seguir aprendiendo los secretos del instrumento. Fue entonces cuando la murga se transformó en lo que hoy se conoce como La Banda de Sikuris.

Alba Mancinella y Atilio “Guyi” Mieri son los creadores y responsables del proyecto La Banda de Sikuris. Los Sikuris, denominación que se hace a las personas que tocan el sikus, son una agrupación formada por chicos de entre 12 y 18 años. Ellos tocan sikus, quenas, guitarras, charango, e instrumentos de percusión (huancara, redoblante y guiro), agregando voces a un repertorio musical que se ocupa de difundir la música andina.

Con un bombo, un charango, algunos sikus y sin necesidad de conocimientos musicales previos, la incipiente banda tenía al principio alrededor de 15 integrantes. Pero lentamente Los Sikuris crecieron hasta llegar a tener en la actualidad a más de 50 personas.

Las primeras presentaciones -ya sin las latas y los baldes de lo que había sido en su origen la murga- fueron dándose en los actos escolares. Los padres y familiares de los chicos habían quedado sorprendidos al ver lo que podían llegar a producir sus propios hijos. Comenzaron entonces a participar en la tarea de recaudar fondos a partir de la organización de rifas, peñas folclóricas, y otros tipos de actividades. La entrada de dinero permitió, entre otras cosas, construir sus propios sikus y adquirir cada vez más instrumentos.

Fue así como el grupo empezó a tener presencia y difusión en las FM de la ciudad, el canal local de televisión y la prensa gráfica. Tocaban ahora no sólo en la escuela, sino en otros lugares importantes de la zona: como el Teatro Municipal de Olavarría, la Festividad de la Virgen de Copacabana, evento organizado por la comunidad de bolivianos residentes en la ciudad, o diversas presentaciones bajo la convocatoria de la APDH local (Asociación por los Derechos Humanos de Olavarría).

El repertorio de canciones crecía al compás del desarrollo de las habilidades musicales de los chicos, mientras reforzaban el sentido de trabajo en comunidad: en Los Sikuris los alumnos aprenden a cantar y a tocar en grupo, no hay enseñanza personalizada, salvo correcciones puntuales que se hacen en los momentos de ensayos. Y las decisiones también se toman en conjunto, entre familias y miembros de la banda.

-Cuando estoy en la música no pienso en nada más.
Marcos tiene 17 años y empezó en la banda en 7 año. Si bien fue Alba la persona que le enseñó a tocar el sikus, Marcos aprendió la mayoría de las canciones del repertorio de oído, sin apoyo musical de ningún tipo. Hoy no sólo domina el sikus sino que ha incursionado en la quena, su instrumento preferido, y hasta se anima a sacarle algunos sonidos a la armónica. Unos de sus sueños es aprender a leer música.

Otro de los casos donde la cuestión autodidacta brilla de forma interesante es en el caso de Blas. Blas toca la guitarra y aprendió todos los temas de la banda solo, en el lapso de tiempo de unas vacaciones de verano, sacando al principio de oído los ritmos del carnavalito. Le gustan los temas clásicos del repertorio de música andina, como El quebradeño o El humahuaqueño. Pero además de interpretar la música de los pueblos originarios, Blas compone sus propios temas de rock y toca con un grupo de amigos. Sin embargo sus sensibilidades y anhelos están puestos en Los Sikuris. “Tuve la posibilidad de estar en el tercer CD”, asegura. Y una tímida sonrisa de satisfacción se le dibuja en la cara.

Vamos los sikuris es el tercer CD de la banda, pero el primero pensado de manera profesional (los dos primeros se llamaron Desde la naturaleza). Con una cuidada producción artística y musical, el material salió en septiembre de 2008. La grabación de las canciones se hizo en un día y casi todos los temas salieron de la primera toma. Sin embargo el proyecto demandó alrededor de un año de preparación y contó con la colaboración de amigos y colegas docentes de Alba y Atilio. Dentro del repertorio aparecen los clásicos del género, como los carnavalitos El quebradeño o El humahuaqueño, y canciones con las que Los Sikuris han ganado presencia y notoriedad en Olavarría, como Ojos azules, Luna llena, o El sikuri, entre otras melodías.
Con una edición de 500 copias y la presentación del disco en el Teatro Municipal de la ciudad, la venta del CD está destinada a recaudar fondos para el proyecto.

A fines del año pasado la experiencia educativa y musical de Los Sikuris fue reconocida con el Premio Comunidad a la Educación 2008, organizado por Fundación La Nación. El objetivo del premio es el de brindar ayuda a prácticas educativas relacionadas con la posibilidad de incluir a sectores sociales de bajos recursos. Dentro de las 340 iniciativas presentadas, el proyecto de La Banda de los Sikuris fue galardonado junto a la experiencia del Aula Taller de Capacitación Integral Carlos Mugica, que desarrolla la Fundación Gente Nueva en Bariloche, y el programa de becas de la Fundación Grano de Mostaza, que permite el acceso al secundario a chicos de la provincia de Salta que viven en zonas rurales alejadas.

El placer de aprender a enseñar

-Fuimos aprendiendo por la necesidad de enseñar. Sentía la necesidad de enseñar porque los chicos me lo pedían. Además veía los cambios que se producían en ellos, en la escuela, y en la relación entre ellos y nosotros.

Alba pronuncia las palabras al mismo tiempo que parece reflexionar sobre las mismas. O tal vez esté preguntándose en silencio: ¿cómo se aprende a enseñar?

El ida y vuelta que se genera en Los Sikuris a nivel transmisión de conocimientos tiene una clave: el docente o formador descubre dentro del proyecto sus propias habilidades y limitaciones al momento de enseñar. No se trata del modelo tradicional en el cual el educador es el único poseedor del saber y el educando pasivamente recibe información. “Acá es en el grupo donde se aprende -señala Alba-. Porque no es lo mismo que vos tengas esta concepción de la enseñanza, del proceso de enseñanza -aprendizaje, que tengas otra concepción: el maestro es el que sabe y el alumno es el que aprende.”

Los Sikuris establecen una circulación de tipo horizontal del saber, del poder que implica saber. Esta modalidad logra socializar prácticas y experiencias de aprendizaje en el orden musical: el docente aprende con y del alumno. Este proceso significa muchas veces la superación, por parte del alumno, de las capacidades del profesor a la hora de tocar determinado instrumento. Y lo más importante: en La Banda de Sikuris el docente puede animarse a decir “No sé”. Y eso no hace que simbólicamente pierda el lugar de educador dentro del sistema. Al contrario: es un gesto de honestidad que lo enaltece y le permite crecer ante los ojos del alumno.

La mirada alternativa al sistema de enseñanza tradicional encubre una paradoja: el mismo chico que en Los Sikuris es reconocido porque puede mostrar su talento y habilidad y pasar de aprendiz a formador de otros chicos, debe rendir música en diciembre o marzo.
La Banda de Sikuris construye, despliega y refuerza en los chicos el sentido de identificación, pertenencia y compromiso de grupo. “Todos me preguntan de que banda soy yo. De los sikuris, de los sikuris yo soy. Sí, señor. De esa banda soy yo”, cantan en Diablada de Oruro.
Se enseña y se desea aprender, entonces, a partir de una elección, de una disciplina no impuesta por el sistema de educación obligatoria, potenciando libremente la facultad de decidir.


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La Banda de Sikuris también es un ejemplo interesante de vínculo con el concepto de resiliencia (facultad de un individuo o una comunidad para recuperar o sobreponerse a la frustración y transformarse). “La resiliencia nos invita a dar un valor positivo a nuestra forma de ver al otro, teniendo en consideración no sólo a la persona misma, sino también al conjunto de su red familiar y social, integrando nuestra acción a la situación propia de aquél a quien hay que ayudar”, asegura Marie Paule Poilpot en el libro El realismo de la esperanza. Testimonios de experiencias profesionales en torno a la resiliencia.

Originado dentro del mundo de la física y luego derivado hacia el campo psicosocial y de la psicología del desarrollo, el término empezó a aplicarse al campo de la educación y de las ciencias sociales durante la década del 80.

Emmy Werner, psicóloga norteamericana, decidió estudiar y realizar un prolongado seguimiento a un grupo de chicos con graves problemas económicos y familiares en la isla de Hawai. Al cabo de treinta años de trabajo, Werner demostró que setenta de estos chicos lograron llevar adelante una vida diferente del entorno en el que vivían. Werner llamó resilientes a aquel grupo de personas que sin haber tenido las oportunidades necesarias para un buen desarrollo y crecimiento psíquico y físico, pudieron de igual forma sobreponerse y darle a su vida un sentido. Establecía de esta forma la primera definición de resiliencia, junto al aporte de Michael Rutter en Inglaterra.

A lo largo de la década del 90 y entrado el siglo veintiuno, el concepto empezó a tener cada vez más abordajes y estudios. Publicaciones, seminarios y coloquios han contribuido y aún hoy contribuyen a perfeccionar un término relativamente nuevo y de características dinámicas: focalizar en las capacidades que pueden tener las personas para poder superar situaciones sociales adversas, donde la escuela, la familia y la comunidad funcionan como espacios de difusión de resiliencia.

Emmy Werner, al establecer un concepto que tenía como finalidad diferenciarse de la psiquiatría en el tratamiento de determinadas problemáticas, posibilitó otra apertura de pensamiento y acción frente a personas con un destino hostil: el legado de la psicóloga norteamericana dejó como mensaje que el sujeto resiliente puede y debe darle a su vida un sentido, un sentido positivo.
Dos dimensiones importantes del concepto podemos relacionar con el trabajo musical, educativo y humano que llevan adelante Los Sikuris: la autoestima y el vínculo afectivo. El reconocimiento de las apreciaciones personales y sobre todo musicales que cada chico va formándose de sí mismo a partir de la mirada y el estímulo del otro, y el sentido de referencia creado por parte del adolescente hacia el adulto, llevan a desarrollar en Los Sikuris relaciones que exceden lo musical, estableciéndose redes sociales y familiares que tejen valores y actitudes esenciales para la vida: compromiso con los demás, responsabilidad, participación en la toma de decisiones y voluntad de superación a partir del incentivo de habilidades.

Es difícil asegurar que todos los adolescentes superan, a través de la música, las problemáticas de índole familiar que muchos de ellos tienen; pero sí podemos afirmar que la música y sobre todo cierto entorno humano que los rodea, ha permitido que los chicos tengan una inserción social y una mejora en la calidad de vida, a partir de hacer una actividad que ellos mismos eligen.
El enfoque de la resiliencia aplicado al grupo radica entonces en la triada educación- música- contención humana. “Los seres humanos tenemos la capacidad para devenir resilientes y poder enfrentar ese bombardeo cotidiano de eventos negativos -puntualiza Elbio Ojeda, director del Centro Internacional de Información y Estudios de la Resiliencia-. Y en ese enfrentamiento nos hacemos más fuertes, más confiados en nuestras fortalezas, más sensibles a las adversidades del prójimo y adquirimos mayor conciencia social para promover cambios que reduzcan la inequidad y el sufrimiento.”

Sueños de la Quebrada

Guarda tu historia/ Quebrada de Humahuaca/ en las tumbas que encierran tu memoria/ o en la blanca escritura del salitre/ donde cuentan tus siglos las auroras. Germán Choquevilca. Quebrada de Humahuaca.

Noviembre de 2008 significó un punto de inflexión en la trayectoria de Los Sikuris. Tras juntar dinero a través de diversas actividades, finalmente la banda hizo realidad su sueño: viajar a la provincia de Jujuy. Con encuentros de bandas de sikuris de Tilcara y Maimará y la posibilidad de haber compartido experiencias con músicos que han trabajado con el recordado Ricardo Vilca, una de las figuras más destacadas del folclore del altiplano, el viaje a la Quebrada abrió en toda su dimensión la posibilidad de transmitirles a los chicos el sentido estético y artístico de la música que ellos mismos ejecutan: poder conocer la historia del lugar a partir del respeto por la esencia de lo que están tocando. Esencia a la que se accede solamente desde el lenguaje musical.
-Es inexplicable. Por más que nosotros queramos explicar lo que fue ese viaje, lo que significó para los chicos, es algo inexplicable. No se puede explicar con palabras. Es algo que pasa por los sentidos.

Atilio intenta encontrar palabras que permitan describir lo inexplicable. Lo intenta. Y mientras más persiste, más despliega el misterioso paisaje las insondables notas hechas de coplas y silencios, cuecas y carnavalitos, ritmos que afloran del llamado de la madre tierra.

En el “viaje de los sentidos”, que comprendió las localidades de Tilcara, Maimará, Purmamarca y Humahuaca, los chicos aprendieron -agudizando la capacidad de observación- la técnica original de tocado del sikus, que es con una sola hilera de cañas en vez de dos: un grupo toca la mitad de las notas y el otro grupo la otra mitad, y así se arma la melodía. Compartiendo y participando. Porque fundamentalmente el sentido de la música de los pueblos del altiplano está relacionado con lo comunitario, con lo cotidiano: no existen alturas ni escenarios ni divisiones que separan al músico de su público. Las únicas alturas posibles son las que se encuentran a nivel geográfico.

El aporte del viaje al norte de nuestro país produjo en Los Sikuris el poder vivenciar el folclore de vida de la gente de allá, cómo siente y lleva la música en la sangre la población, el proceso de construcción artesanal de cada instrumento, las leyendas e historias acerca de su origen.

La riqueza musical y humana que los chicos han sabido incorporar tras el recorrido por la Quebrada, ha influido en la elaboración de un sonido y un estilo cada vez más profesional y personal como banda.

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La Banda de Sikuris realiza un trabajo importante con la comunidad de bolivianos residentes en Olavarría, actuando en diversas presentaciones con el cuerpo de baile Los Tinkus. “Nosotros sentimos alegría con ellos, porque carecíamos de la música norteña”, afirma Zenón Centellas, miembro de la Comunidad Boliviana en la ciudad. Zenón ha participado en la traducción del quechua, la lengua del Imperio Inca, de algunas de las canciones del repertorio del grupo, como el caso de Ojos azules.

Marilyn, de 19 años, integrante de Los Sikuris, se dedica a cantar y a bailar y también pertenece a la comunidad. De a poco va incursionando en el idioma, aunque es su madre la que habla bien y le transmite los conocimientos.

Algunas de las canciones son cantadas por los chicos en quechua, indagando los propios integrantes en su gramática y expresiones lingüísticas. La selección de las composiciones requiere a menudo un cuidadoso proceso de investigación del material discográfico, bibliográfico y antropológico de la zona de Bolivia, en especial los museos de Sucre, La Paz y Cochabamba.

Los Sikuris estudian aspectos que caracterizan a la cultura de los pueblos originarios: su geografía, historia, folclore tradicional (que se extiende hasta las zonas de Perú y Chile), creencias y vida en comunidad, aproximándose a su cosmovisión desde la mirada y el habla de los propios lugareños.

“Son extraños los misterios”, cantan Los Sikuris en El árbol de mi destino, letra de una canción nueva del repertorio y que pertenece a Los Kjarkas, uno de los grupos folclóricos más representativos de Bolivia.

Son extraños los misterios, sí: como el sonido de voces y sikus que ahora empiezan a decir adiós tras el cerro de la luna.

Extraños, sí: como áridas melodías arremolinadas por el viento de la despedida.
Extraños: como eternos acordes de humanidad.[1]

[1] Para saber más: www.fundacionlanacion.org.ar/premio / www.educaresiliencia.com.ar