jueves, septiembre 20, 2007

La política de los asesores de imagen


La practicidad, devenida en estrategia de marketing político, es redituable y hasta deseable. El Estado o cualquiera de sus ramificaciones, cristalizadas en ministerios o secretarías puede tener un pensamiento basado en las lógicas más rudimentarias del sector empresarial, pero debe considerar los costos reales a largo plazo ya que la existencia en el tiempo del Estado no es la misma que la de la empresa privada.

El error no consiste en aplicar una lógica de reducción de gastos, sino en considerar determinadas inversiones como gastos, o bien, creer que aquellas inversiones que no se realizan (problemas de tráfico, energía, etc.) no serán el principal problema en un futuro cercano. Más allá del detrimento productivo que genera esa postergación, esas inversiones postergadas luego resultan más costosas que si se hubieran realizado en un primer momento.

La salud, la educación y la cultura no deben ser considerados gastos inútiles, reductos donde el mercado debe imponer su lógica, sino sectores amparados por los recursos simbólicos y económicos del Estado. La discusión que a finales de la década del noventa estaba rancia y se había tornado obscena sobre la inversión en educación y la salud se ha trasladado al sector de la cultura. En los noventa la posición del bloque en el poder era librar estos sectores a las leyes del mercado, logrando que aquel que no pudiera pagar las versiones privadas quedara literalmente fuera del sistema. Así, los niños que concurren a colegios estatales egresan con un déficit educacional mucho mayor que aquellos que acceden a una educación privada. Este tipo de políticas tienen por resultado aumentar la brecha social y económica entre las clases bajas y la clase media.

Actualmente, los asesores de imagen de la supuesta nueva política le han informado a sus jefes que al menos en dos sectores (salud y educación) es mejor esbozar un discurso a favor de la inversión, aunque luego no se cristalice en políticas estatales que proyecten inversiones firmes sino en actos políticos, cintas y parches presupuestarios. El problema se ha vuelto más sutil y perverso: el sector gobernante ha decidido tomar una postura de resistencia pasiva. En su discurso expresa su apoyo a la inversión en estos sectores, pero en las políticas estatales el porcentaje del PBI que se invierte sigue siendo el mismo, o menor si se toma en cuenta la inflación de la mayoría de los insumos y por ende la devaluación del sueldo real.

Ante esta situación caben un par de reflexiones. No invertir en educación o salud (sobre todo en lo respectivo a las acciones preventivas) es la metáfora perfecta de un hipoteca. En el presente se goza de efectivo pero a largo plazo se pagan intereses usureros. En segundo lugar, la inversión en educación genera puestos de trabajo y los individuos con algún tipo de formación, ya sea un oficio, una tecnicatura o una preparación terciaria tienen ampliamente más posibilidades de generar trabajo o ser tomados en lugar de aquellos que no lo poseen. Por último, estaría bueno entender que el Estado atraviesa el tiempo a diferencia de las empresas privadas, por ende si se desea construir un país en serio se tiene que pasar del asistencialismo a la inversión pública, la generación real de empleos, la inversión en salud, educación y cultura. La misma sociedad que se margina es la que paga los impuestos que mantienen en pie el leviatán.