miércoles, septiembre 19, 2007

Pappo (presunto) lector de Heidegger.

Pappo (de alguna manera) lo dijo.

No somos intemporales, eternos. Estamos demasiado espacio-temporalmente situados. La gratuidad nos ha regalado al devenir de la modernidad, de su ethos, de su matriz de pensamiento, de su metafísica productivista, que todo lo que alcanza o le pasa de cerca lo transforma en una promesa de triunfo racional que nos librará del yugo enloquecido de las sinrazones dogmáticas. A toda época o episteme –como le gustaría a Foucault- le corresponde una determinada aproximación a lo real que nada tiene que ver con lo real tangible, pues lo real no es de ningún modo un conjunto de objetos, sino más bien una condicionada relación con estos objetos, una racionalidad que nos permite, al unísono, aproximarnos al mundo y que el mundo se aproxime a nosotros. Lo real surge de ese vacío, de ese hueco que se abre entre nosotros y el mundo. ¿Qué son las épocas (o ratios epocales) sino rellenos de la distancia irreparable que nos separa de lo real? ¿Qué son sino gramáticas que nos permiten “leer” el mundo para darle el ser? La modernidad, por tanto, sería el nombre de una específica relación que nos da acceso a la “escritura” del mundo, que nos permite develarlo, abrirlo. La modernidad sería, pues, una tekhné.

Esto quiere decir que la modernidad, como toda tekhné, no hace sino sacar a las cosas de su oscurantismo y sus escondites. Sin tekhné sólo habría fuga infinita, imposibilidad fatal de poner las cosas delante nuestro. Dice Heidegger: “El traer-ahí-delante trae (algo) del estado de ocultamiento al estado de desocultamiento poniéndolo delante. El traer-ahí-delante acaece de un modo propio sólo en tanto que lo ocultado viene a lo desocultado”[1]. Pero cabe preguntarse cuál es el rasgo diferencial de la técnica moderna, qué la diferencia de, pongamos por caso, la tekhné griega o la tekhné escolástica. Ante todo, desdeña o descree de la sorpresa, de lo imprevisto. Es decir, no deja lugar a lo imprevisible. Interroga entes ya sabiendo qué respuestas le darán, pues poco le importa lo que tengan para decir: la tekhné moderna pregunta y responde en un mismo movimiento. Pregunta desde la cuantificación y el cálculo y pide que se le responda desde esos mismos lugares, pues establece una sinonimia entre realidad y previsibilidad matemática-científica. De esta manera provoca a que los entes le endulcen los oídos y provoquen el regocijo onanista. No tolera el movimiento ontológico que oculta y desoculta, que vela y devela. La técnica moderna pretende una ontología unívoca que sólo desoculte y devele, pues plantea una relación de sujeto-objeto y no una relación de ser. Su razón de ser es una razón que, paradójicamente, olvida el ser (...)



[1] “La pregunta por la técnica”, Heidegger Martin, Conferencias y artículos, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1994, pag. 5.