martes, febrero 27, 2007

Alicia me acompaña a casa, por Carlos Almonte, de Chile


Alicia me acompaña a casa

Los que ríen cargan piedras y navajas, cicatrices, vergüenzas y heridas sin cerrar. Desde arriba los observo digerir la miseria del dolor y mal tenerse en peñascos coloridos y explanadas a medio florecer. Un sol violento los consume, las pieles se resecan como vuestras almas debajo de la lluvia del otoño. Riachuelos que descienden fabricando cauces propios, devorando láminas de porno stars que divulgan pulcros dedos y humedades. Guardan objetos y grabados debajo de camastros que enfilan hacia el cielo, recordando aquella imagen de la infancia, los hijos de soltera y una madre que se abnega en el uso del perdón.

Bajo los neones de la entrada, una escalera en espiral. Los peldaños y la redondez perfecta y suave de sus nalgas. La primera ocupa el tiempo en un baile repetido y en oler su cuerpo, cansado de caricias torpes, sin amor. No es otra cosa la que sabe, sentimientos profilácticos y un sudor de hule mezclado con aromas de alcohol barato que proviene de las ropas de aquellos comensales que devienen la ebriedad. La taberna está vacía, demacrada por el sino de las épocas. Se oyen notas, los himnos basales del consuelo, que en nada asustan ni empobrecen; raídos albaceas-sacristanes que revierten prédicas y maldiciones después de cada misa de final de año. Sin abrazos, ni artificios, ni ficciones de infamia y soledad.

Los amigos callan respetando los recuerdos tristes que aparecen entre las botellas, y doncellas y monedas que viajan mano-en-mano, boca-en-boca, sexo-en-sexo. Nada queda, sin embargo el sueño y los afiches de la entrada -esos culos gordos que se enfrían al amparo del invierno santiaguino-. Los perros vagos languidecen, y los avisos luminosos de publicidad, las cuentas de la luz y del teléfono... Yo no quiero vivir entre locos, afirma Alicia, triste, como intuyendo la respuesta. Un vodka estará bien.